Payasada

Matías Dávila

Matías Dávila

Luego de la bulla de diciembre, de compartir con la familia y los amigos, empiezan a aparecer, en las redes sociales y en los medios tradicionales, los amargados y amargantes de los políticos (que en estas fechas no quieren llamarse políticos sino “ciudadanos”). Asoman con sus fórmulas fantásticas con las que pretenden que les demos el voto. Todos tienen la receta del éxito. Todos saben cómo hacer las cosas. Todos son los representantes oficiales de la verdad aquí en la Tierra. Todos huelen a mentira, a improvisación, a corruptela.

Para quienes dejamos de creerles hace años, esto no es más que un sainete con el que el país pretende llamarse democrático. Una payasada donde cualquier hijo de vecina sin formación ni conocimiento sube a un cargo de poder para saciar sus escondidos apetitos.

Pero hay otros que han hecho sus carreras denunciando, frenteando. Su carta de presentación es ser bravos, ásperos, no tener pelos en la lengua. Y no sé si nuestras ciudades ahora necesitan de un camorrista valentón de esquina de barrio o tal vez sea el momento para un estratega, para un consensuador. Para alguien que nos haga sentir que todos estamos pateando para el mismo arco. Para un fulano (a) que haga que la ciudad nos duela y nos comprometa a todos con su bienestar.

Pero no solo es culpa de ellos. Para muchos de nosotros la política ha venido a reemplazar a la religión. Nos jugamos por absolutos, por caudillos, por “dioses”, por verdades irrefutables. Nos peleamos con la familia, con los amigos, con los compañeros de la oficina… como si recibiéramos un sueldo por hacerlo. Como si la vida fuera de blancos y negros. Como si el que no cree lo que yo creo ya es malo ‘per se’.

Democracia de papel. Farsa inhumana donde los más necesitados tratan de depositar sus esperanzas.

Anarquista, resentido, quemimportista, dígame como quiera. No voy a aplaudir al payaso ni me voy a reír con sus chistes… ya no.