La triste verdad

Paco Moncayo Gallegos

El proyecto de país elaborado en 2008 ha tocado fondo. Quince años después, el Estado ecuatoriano ha llegado a una situación de parálisis que afecta de manera seria a su desarrollo y seguridad y se proyecta funesta hacia el futuro inmediato. El aparato institucional se encuentra inhabilitado por una descarada corrupción, impunidad, ineficiente funcionamiento, violencia incontrolable, mediocridad generalizada y lamentable carencia de liderazgo político.

Los hechos son penosos e incontrastables: el mundo ha observado atónito la forma como un candidato alineado frontalmente contra la corrupción —que requería por esa misma razón especial protección— fue asesinado, a la vista de sus seguidores, ante la impericia e impotencia de los encargados de su seguridad. El Consejo de la Judicatura, creado para certificar la transparencia, eficacia y eficiencia de la función judicial tiene a cuatro de sus cinco miembros enjuiciados por presunto tráfico de influencias, presunta obstrucción de la justicia y, en un caso particular, de presunto lavado de activos. El Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, empeñado vergonzosamente en echar de su cargo a la fiscal general de la Nación, convertido en un botín de políticos que luchan por cooptarlo para asegurarse impunidad, con varios de sus miembros acusados de haber realizado su campaña electoral apoyados por partidos y movimientos políticos, violando descaradamente el mandato legal. Una función Electoral que, a lo largo de década y media, ha irrespetado truculentamente la voluntad popular y, en estos días, no atina respuesta jurídicamente viable al fracaso del proceso electoral en el exterior. Un sistema político, con 276 partidos y movimientos, simples plataformas electorales al servicio de personas que han convertido la política en un simple mecanismo que les asegura el disfrute del poder. Todo esto mientras cárteles, mafias y otras organizaciones criminales han secuestrado la libertad de los ecuatorianos por medio del terror.

Esta es la dura realidad con la que se enfrentarán quienes lleguen a gobernarnos. Esperemos que estén a la altura de los retos que les esperan y sean capaces de movilizar las mejores energías de la nación para liberarnos de la pesadilla que hoy nos atormenta.