Incorregibles

Paco Moncayo Gallegos

Es muy difícil descifrar las causas del comportamiento humano frente a la violencia. Resulta paradójico que una especie que ha logrado develar los grandes misterios del universo y ha sido capaz de extraordinarias realizaciones en los campos de la ciencia, la cultura y la tecnología, reincida en prácticas inveteradas de agresión. Después de las pavorosas violaciones de los más elementales derechos humanos de que fueron capaces seres humanos en las dos guerras mundiales y de la mal calificada como Guerra Fría, que dejaron escalofriantes saldos de millones de personas, muertas, heridas y mutiladas, se esperaba que en el presente siglo, la globalización económica y la integración de todos los rincones del planeta gracias a las redes sociales, en lo que dio por llamarse una “aldea global”, modificarían prácticas agresivas que han sido la constante a lo largo de la historia humana, pero no ha sido así.

La inusitada y torpe invasión de Rusia a Ucrania, el sangriento ataque de la organización terrorista Hamás en contra de civiles israelíes; la desproporcionada represalia del Gobierno israelí, con el resultado de miles de niños, niñas, mujeres y ancianos muertos, por efecto de la violencia indiscriminada, reproducen episodios sangrientos, recogidos en la literatura, cine y otros medios, que han estremecido la sensibilidad de una humanidad sobrecogida por la capacidad para el mal de determinados personajes contra su propia especie.

Frente a estas circunstancias dolorosas, alienta la reacción de Joe Biden, presidente de Estados Unidos, de Chuck Schumer, líder de la mayoría demócrata en el Senado y de la Unión Europea, cuyo secretario de relaciones exteriores, Josep Borrel, ha denunciado el empleo del hambre como un arma de guerra y proclamado: “Si condenamos que esto suceda en Ucrania, tenemos que emplear las mismas palabras respecto a lo que está ocurriendo en Gaza”. A la situación que sufre la población palestina, la ha calificado como “un desastre humanitario creado por el hombre”.

Desde muchos lugares del mundo, surge un clamor de personas de diversos orígenes e ideologías, demandando ponderación y compasión frente al sufrimiento de tanto ser humano. Hay que esperar que sea escuchado.