Ziggy en el éter

Pablo Escandón Montenegro

Hace ocho años, el ‘alien’ de la música nos dejaba, luego de haber padecido cáncer y, a pesar de ello, dejar un último disco con su postrero aliento: Black Star, que se publicó apenas a días de que el hombre del ojo bicolor se fuera al éter del mayor Tom, en su odisea espacial para ser ceniza de cenizas.

Ahora Ziggy Stardust, uno de los personajes y alter egos de Bowie, vive en la cultura musical del mundo. Si pudiéramos quitar el ruido mundano, la voz de este personaje está llamándonos para que cantemos con él sus glorias y desgracias.

David Bowie influyó en muchos artistas con su obra, no solo en músicos, sino en diseñadores, pintores, videógrafos y cineastas, y sí, en músicos, pues allí está el gran homenaje que los Nirvana le hicieron en su Unplugged con ‘The man who sold the world’. Con esa aparición y ejecución, recircularon entre las nuevas generaciones la obra de Bowie, convirtiéndolo en un clásico que puede pasar sin daños a otros ritmos y estilos musicales.

Black Star es su testamento musical, en donde vemos una producción audiovisual que cuenta sobre los últimos días de una pareja, la muerte del hombre y su resurrección como Lázaro. Allí Bowie ya estaba enfermo y creaba un nuevo personaje dentro de su obra, aquel que pelea contra la muerte, y no sabemos si la vence o no, pues como Lázaro, resucita, pero en otras condiciones.

A final de cuentas, la muerte siempre gana en lo material, ya que los cuerpos se desvanecen, pero la obra queda; los grandes artistas, mejor dicho, los verdaderos artistas perduran en el tiempo con su obra inmortal, con la cual vencen a la parca y son parte del éter, del espacio y de la humanidad, pues sin estos alicientes para el espíritu la cotidianidad nos engulliría como lo hace la muerte con todo lo físico.

En cada nota, en cada acorde, en cada verso sigue vivo el ‘alien’. Y cada vez que alzamos la vista, está Ziggy cruzando el cielo hasta tener una odisea espacial. Larga vida para Bowie.