Aequator – el que iguala

Mario José Cobo

Mientras continúe el viento, soplando con fuerza dulzura en mi rostro por la mañana, todo estará bien. Mientras continúe, allí a donde vaya, el beneplácito de esta tierra de ancestros que con recogimiento envuelve mi alma, todo estará bien. Mientras la montaña verde viva me recuerde humilde entre las almohadillas y tapetes de Azorella, Plantago y Distichia, todo estará bien.

Suspiro y miel de abeja en esta tierra profunda de frío blanco azulado, vuélvase mía el camino de mis pies que andan y que todo en ella fecunde el crecimiento del espíritu del hombre. Allí, latitud cero y energía rimbombante que se dispara al infinito y atraviesa el espacio interestelar.

Ecuador llama a las estrellas y cultiva soles de ojos despiertos y mirada profunda. En la altura, los pájaros bailan en el regazo de la brisa y un dios colibrí viene a saludarte, todo con parsimonia sigue la frecuencia de la flor de la vida y dibuja desde el centro la geometría sagrada de la creación. Allí si uno alza la vista sentirá en su espalda la espiral del ángel que vela sobre la quietud y susurra el secreto del Inca de piel tierra y piedra tallada.

Ahí, entre los muros de hispana nostalgia y español bien aprendido mis manos tocan severísima bondad, mis pies sienten raíces, mi fe descansa, mis recuerdos vuelven… soy yo el que vuelve para con cariño volver a irme fuerte y revestido, protegido, adornado por corona de palo santo.

Seré entonces para siempre hijo de mi tierra, primogénito de profetas, caso y prueba de un sitio que no deja de parir peregrinos, mensajes y alabanzas al infinito. Valiente el que abra los ojos para escuchar.

Flora y fruta de la conciencia del mundo, melodía y sinfonía del pensamiento divino, allí donde vaya con la estrella a cuestas, seré Prometeo del mundo natural, cargando en mí el testimonio y secreto de todos los ríos, todos los bosques, todas las bestias, todos los hombres, todos los dioses.