Mudarse de “vieja”

Julia Rendón Abrahamson 

Todo empezó con los concursos de escritura a los que ya no podía acceder porque tenían límite de edad de 35 años. También con los formularios médicos, y sobre todo, cuando ya me catalogaron de premenopáusica.

El tema de los años, sin embargo, me rondó con más fuerza cuando una conocida en Quito, a poco de mudarme a Barcelona, me dijo desconcertada que soy bien ‘macha’ por hacerlo a mi edad y con dos peques. Así la pregunta, ¿estoy muy vieja para migrar?

Tengo conciencia del privilegio de formularme esa pregunta y de que hay personas migrantes mucho mayores que no pueden hacérsela. Migran por necesidad, porque son expulsadas de sus propios países y no tienen otra opción.

Yo no tenía presente mi propia pregunta sobre la edad y la partida. Mudarse de país o cambiar radicalmente algunas cosas a los cuarenta y cuatro años y con familia puede ser más complicado, pero creo que existen otras formas de coraje que no tienen que ver solo con la edad, así que tampoco me considero tan ‘macha’.

Ahora bien, pensé que era una experta en mudanzas y que esto iba a ser ‘pan comido’ porque había cambiado de ciudades y países varias veces. Me había olvidado de que cuando se migra tienes que adaptarte a lo nuevo y hacer un esfuerzo colosal para entender los códigos, las costumbres, la cultura, la comida, el lenguaje: la vida.

Este viernes, cientos de personas van a salir a las calles a encender hogueras, tirar petardos, bailarán en la playa de noche, tomarán hierbas medicinales, y contarán leyendas de seres fantásticos. Es la fiesta de Sant Joan, y yo me quedaré en casa porque me siento agotada para salir ya que durante todos estos meses he hecho un esfuerzo físico y emocional para poder captar esta nueva ciudad. Debo hacerla mía porque sin adaptación, pierdo. Ya lo dijo Darwin, “aquellas especies que no son capaces de adaptarse a su entorno sencillamente mueren”.

Y sí, debo decirlo, creo que adaptarse cuando una es ‘vieja’ toma un poco más de esfuerzo. Se necesita energía cambiar algunas de las mismas costumbres de hace años, voluntad para hacer de lo ajeno propio, e impulso para conseguir nuevos amigos a pesar de que pienso que ya tengo (los mismos de siempre, que están lejos).

“Mudarse es dejar una casa y traerlas todas a la memoria”, dice el precioso libro ilustrado ‘Mudanza’ de Eva Mastrogiulio y Laura Loreta. Este viernes de Sant Joan me ha traído a la memoria mis otras casas: ya he bailado en la playa de noche, he lanzado petardos, aún tomo hierbas medicinales, y cuento leyendas de seres fantásticos como oficio. Lo bueno de migrar de ‘vieja’ es que ya he vivido muchas cosas. También por eso me quedaré en mi casa, tomaré cava con mi esposo y nuevos amigos que se han convertido en familia, brindaré con mis niñas mientras comemos pan de coca tradicional e incorporamos, poco a poco, esta ciudad a nuestras vidas. Me estoy quitado mi propio prejuicio sobre la edad. La respuesta a la pregunta sobre si estoy muy vieja para migrar es “no”.