Nulo

Matías Dávila

Matías Dávila

¿Cuánto realmente importa el voto nulo en una democracia?  En un país sin pies ni cabeza -como este- donde a las cárceles controladas por los delincuentes se les sigue llamando ‘centros de rehabilitación social’, ¿no será que el voto nulo es una gota más en medio del aguacero?

Desde hace rato, cierta casta política ha querido posicionar el discurso aquel de ‘votar por el menos malo’. Nos edulcoran los relatos con ese argumento tan pueril de “no importa si no es el candidato que quieres, vota no más: peor sería que ganen los otros…” Y claro, esto se ha convertido casi casi que en ley. Una sarta de aves de rapiña que ejercen de estrategas políticos, vieron que el odio es un negocio sumamente lucrativo. Entonces, mucha necesidad y poca escuela, hacen el mix perfecto para aplicar la política de la aversión, de la antipatía, de la repulsión.

¡Nos compramos los zapatitos rojos para que no gane Correa y sus secuaces. ¿Ganamos algo? ¿Quién ganó? Correa y sus amigos no llegaron al poder a robarnos, como se nos vendió aquella verdad casi premonitoria y apocalíptica, pero tampoco llegaron los hospitales, las escuelas, las medicinas, los empleos… nada. Fantástico, ya no somos Venezuela, somos Ecuador, que es peor. 

Aquí es donde el voto nulo cobra importancia. En Calacalí, ganaron los nulos a los votos válidos y el proceso tendrá que repetirse. Esta parroquia nos abrió un pequeño agujero por donde podemos ver un mejor futuro. ¿Qué pasa si no quiero votar por el correísmo, pero tampoco quiero votar por un señor cuyas empresas son las más grandes deudoras del SRI? Ahora sí que tiene sentido votar nulo. No tengo por qué bancarme a dos males y jugar al son que me toquen los -entre comillas- líderes de opinión. Si los nulos superan a los votos válidos, volvemos al principio del proceso. 

Cuando me lo contó Esteban Ron, el decano de jurisprudencia de la UISEK, por primera vez hace mucho tiempo, volvió a brillarme la esperanza.