Son profesionales, por favor

Manuel Castro M.

Los narcotraficantes no son buenos ni honrados, carecen de ética, pues de lo contrario no serían capaces de cualquier crimen para mantener su negocio ilícito. Son profesionales en producir la droga, transportarla y enviarla a los centros de consumo. Saben que corren muchos riesgos, delaciones, cárcel, muerte. Tienen que luchar contra bandas rivales. Pero reciben millones de dólares, por lo menos los capos principales. Además, en el Ecuador, tienen que lavar el dinero mal habido. Con certeza en el país, por la guerra declarada contra ellos estén en un receso, planificando operaciones para eludir los controles militares y policiales. Entre estas operaciones se encuentran las de encontrar nuevas formas de asegurar sus operaciones, corrupción de autoridades militares, policiales, políticas y judiciales. Por el momento su acción indirecta son las extorsiones y secuestros, más para distraer que para obtener beneficios rentables.

En el Ecuador el gobierno tiene como objetivo garantizar la seguridad de los ciudadanos, olvidando a momentos que el gran enemigo al acecho es el narcotráfico, el cual tiene además vínculos internacionales, con carteles poderosos, por lo que la guerra declarada no es fácil de ganar. Es imposible una buena o mala paz, pues el único fin de los narcotraficantes es ganar dinero a cualquier costo. La Asamblea Nacional tiene una política sinuosa, posiblemente solo con intereses electorales; de obtener impunidad por la RC, de obtener poder por el PSC. El poder judicial se encuentra arrinconado. Si no se logra jueces sabios y honrados, será presas de las fuerzas del mal, que solo persiguen dinero para vivir en la riqueza, sin importar que el crimen no rinde y que los narcos, por más importantes que sean, mueren jóvenes y rechazados por la sociedad.

La celeridad del procedimiento y la respuesta inmediata han sido aciertos del gobierno en esta guerra. El pueblo, los analistas, los políticos decentes preguntan hasta cuándo se va a mantener este estado de guerra. Los comerciantes, los empresarios, grandes y pequeños, desesperan por cuanto no pueden mantener sus negocios al ciento por ciento, por las restricciones que trae una guerra. No se puede garantizar una victoria inmediata por parte del gobierno. Tal vez, es triste decirlo, hay que aceptar tal guerra como un fenómeno normal por tiempo indefinido. Mientras, el gobierno tiene que atender el fenómeno económico, la falta de empleo y el peligro de tener alianzas peligrosas que afectarán su dignidad y los no negados proyectos electorales y la consulta popular.