Las catástrofes del mañana

Manuel Castro M.

En el Ecuador estamos cerca de elecciones presidenciales. El presidente Noboa al momento va bien en su posible reelección en primera vuelta, primero porque el país quiere continuidad en lo de seguridad, en segundo lugar porque no se vislumbra un opositor u opositora fuerte. El correísmo está desgastado por sus implicaciones en casos de evidente corrupción y porque su líder está además de prófugo bastante deteriorado con evidentes problemas psicológicos, que no solo amenazan su popularidad – que hoy ha menguado- sino que no infunde confianza en sus seguidores, quienes quieren tapar el sol -tal vez los juicios penales- con un dedo con algo de pus.

Pero en esta vida todo puede suceder, las catástrofes producen algo donde no había nada y después lo hay todo, y viceversa. Las indiscutibles son el sueño y la muerte. Pero los grandes acontecimientos históricos nos hemos acostumbrado a considerar catástrofes: asaltan la Bastilla y se produce la Revolución francesa; los descamisados asaltan el Palacio de Invierno en Moscú y estalla la Revolución rusa; asesinan al archiduque Fernando en Sarajevo y sobreviene la Primera Guerra Mundial. AMLO interviene verbalmente en la política electoral y penal del Ecuador y se rompen las relaciones diplomáticas entre los dos países. Los pretextos de menor importancia están en sala de espera. Como dice Eco: “La historia es lodosa y viscosa. Siempre hay que recordar, porque las catástrofes de mañana siempre están madurando ya hoy día, disimuladamente.”

El Ecuador tiene el peligro de actitudes demenciales del narcotráfico ante la posibilidad de perder su ilícito negocio. Los partidos políticos totalmente desprestigiados se aferran a la ley para su subsistencia, lo que no les garantiza una verdadera catástrofe que podría poner en peligro al sistema democrático. El presidente no se cansa de tener y crear nuevos enemigos, lo que conduce a la ingobernabilidad, pues siendo la política ciencia y arte se necesita visión, eficiencia y elasticidad para gobernar bien un país, que al fin es de todos, hasta de los enjuiciados, prófugos e indiferentes.

Hay personas que muy sueltas de huesos manifiestan “aquí no pasa nada”, cuando lo cierto es que ha pasado todo: veinte y dos constituciones, gobiernos militares, presidentes destituidos, dictadores, crimen organizado con narcos y políticos juntos, inseguridad, corrupción, desempleo, crisis fiscal, el Seguro Social en crisis, se añade que hay gente obsesionada por una supuesta revolución, sin mirar lo que sucede trágica y antidemocráticamente en rededor:  en ciertos países de Latinoamérica y hasta en la España de Sánchez, hoy bolivariano, lo único que, en cuanto a ideas, hemos exportado.