Los últimos días de la República

En 1961 la República Democrática Alemana tenía una población de diecisiete millones, como Ecuador hoy. Ese año, la huida de ciudadanos, en su mayoría jóvenes, había aumentado hasta alcanzar treinta mil al mes; les bastaba cruzar la calle berlinesa que dividía las zonas de ocupación o avanzar cerca de doscientos kilómetros, hasta la República Federal Alemana, donde eran bienvenidos. La magnitud del éxodo bastó para que el 13 de agosto los ocupantes soviéticos se resignaran a construir el Muro de Berlín, admitiendo ante el mundo que el fracaso de su Estado títere era tal que requería aprisionar a la gente.

Este año, bastó que México permitiese el ingreso sin visa para que muchos ecuatorianos aprovechasen la oportunidad y se marcharan a Estados Unidos. Se trata de una travesía costosa, con coyotes que cobran varios miles de dólares, fuera del alcance de la mayoría de los ecuatorianos. Es además un cruce ilegal, peligroso y duro. Pese a ello, y sin contar las otras vías y destinos por los que los compatriotas están optando para marcharse, diez mil ecuatorianos se embarcaron cada mes a México mientras la posibilidad estuvo vigente. Cabe preguntarse cuántos se hubiesen ido si es que la vía de escape hubiese sido rápida, cercana, legal y segura, como la de los alemanes orientales antes del muro. Seguramente más, muchísimos más, que aquellos treinta mil mensuales que en 1961 precipitaron la construcción de la “Barrera de Protección Antifascista”. Ante eso, los ecuatorianos no podemos ni debemos levantar un muro, pero sí, al menos, empezar por reconocer que nuestro Estado también ha fracasado.

No hay empleo. La deuda pública no para de crecer. La minoría beneficiaria del sistema, de burócratas, políticos y rentistas, no está dispuesta a cambiar esas reglas del juego que la favorecen pero condenan a todo el resto, y ya no es sensato esperar nada de una fuerza pública burocratizada y esterilizada. Hay un frenazo demográfico en marcha y se cierra la válvula de escape de la migración. Además, ahora sí, el narcotráfico ha llegado a reclamar a la sociedad ecuatoriana su alma que le vendió a cambió de una década de cómoda dolarización.

Estamos, para bien más que para mal, ante los últimos días de la República de Montecristi.

[email protected]