¡Lindo y sucio de mi vida!

Lorena Ballesteros

El Metro de Quito ha abierto una ventana de oportunidad que había esperado durante los últimos 15 años de mi vida: la de presenciar el resurgimiento del centro histórico. Con orgullo puedo jactarme de ser una de esas ciudadanas que nunca ha dejado de visitarlo. Incluso, en una época, me desplacé diariamente a ese sector por motivos laborales. Y lo cierto es que, anteriormente, pasadas las 18:00 el centro histórico se iba apagando. Con cada cúpula que se encendía, se iba cerrando una lanford, hasta sepultarse en el silencio y la profundidad de la noche. Y esto no sucedía únicamente entre semana, cuando los funcionarios públicos, los vendedores ambulantes y los comerciantes se marchaban… sucedía durante los fines de semana porque en el centro no había “más que hacer”.

Lo que me llamaba la atención es que, en otras capitales, latinoamericanas y europeas, el centro era precisamente el epicentro. Madrid, Ciudad de México, Medellín, Estambul, Manhattan… y ¡Cuenca! Nuestra bella Cuenca que vibra hasta altas horas de la madrugada con bares, restaurantes y peatones. Pues, ahora con el Metro, Quito también es parte de esa reactivación.

Así que, encantada como estoy con la dinámica de pasear por sus pasajes, tomarme un café, hacer fila en una cervecería, degustar delicias gastronómicas y entretenerme con el arte callejero, no pierdo oportunidad para disfrutar del centro de nuestra capital.

Sin embargo, en cada visita se me mezclan las emociones. Las dulces de las colaciones y las amargas de los que siguen orinando en las esquinas. Las esperanzadoras de los emprendedores e inversores que siguen apostando por nuevos negocios y las de desilusión de quienes hacen de cada maceta un basurero, de cada plaza un botadero.

¿Por qué no nos apropiamos de lo nuestro? ¿Por qué representamos a la cultura de la desidia? En Cuenca, en nuestra hermosa Cuenca, el centro es uno de los lugares más limpios y cuidados de la ciudad. ¿Por qué no replicamos esas buenas costumbres en la capital? Más que nunca debemos unirnos y demostrarles a nuestras autoridades que somos capaces de encaminarnos con ellos en un proyecto de patrimonio y orgullo.

Que no sea que cuando visitemos el centro histórico, en lugar de cantar “Lindo Quito de mi vida”, nos vayamos con la sensación de que deberíamos cambiar la letra por “Lindo y sucio de mi vida”.