Lecciones del Mundial

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Carlos Freile

Aunque todavía no ha finalizado el Mundial de Fútbol, pues falta la final planificada, ya podemos sacar algunas lecciones de su desarrollo, sobre todo nosotros, los ecuatorianos.

En primer lugar debemos decidir de una vez por todas que nunca jamás debe participar en la selección nacional alguien sobre cuya nacionalidad haya la menor duda. Nunca más.

Debemos también decidirnos a tener un director técnico ecuatoriano, que no solo vea en la selección un modo honesto de ganarse la vida sino una forma de servicio total al país entero, pues, como escribió Jenofonte hace más de dos mil años: “El mejor soldado es el que cree en la causa por la que lucha. Un creyente vale por cien mercenarios”.

En general, hemos aprendido que las técnicas innovadoras no cambian las conductas de las personas: hemos sido testigos de cómo el VAR sirve no tanto para aclarar jugadas dudosas y ayudar al árbitro a tomar decisiones correctas, sino para justificar ante los millones de televidentes las decisiones ya tomadas por esos señores, no siempre atenidas a la justicia. Esta constatación nace no solo de la mirada atenta sino de otros aconteceres en las transmisiones, por ejemplo, la mala calidad de las repeticiones, a veces desde ángulos que impiden aquilatar la jugada o desde distancias enormes; en otras ocasiones ni siquiera se repiten las jugadas polémicas, sobre todo cuando no son críticas como un penal o una posible tarjeta roja, así pasan desapercibidos tiros de esquina no concedidos, tarjetas amarillas escamoteadas, de acuerdo a quien es el protagonista.

En artículos anteriores he criticado lo que he dado en llamar la desmesura en la admiración a algún futbolista, propia de fanatismos enceguecidos. En estos días he comprobado como esa falta de moderación se ha extendido a muchos ámbitos; también en nuestro país se han escrito justificaciones para conductas antideportivas basadas en la calentura de la victoria y otros motivos similares; mantengo mi condena a la desmesura y rechazo toda veneración servil, ciega y humillada ante cualquier ser humano.