Las majas ultrajadas

Franklin Barriga López

En el plano elaborado por Antonio Espinosa de los Monteros, en 1769, la capital de España comprendía 557 manzanas más el Palacio Real, habiéndose ya determinado que el centro constituía la Puerta del Sol, como hasta ahora, el kilómetro cero.

Varios autores dejaron la descripción de los principales tipos populares de entonces, que anhelaban ascender a la clase media influenciada por Francia e Italia:  chulapo, exponente del bajo pueblo; currutaco (de donde advino el tan difundido nombre de curru), de largas patillas y cabellera, con grueso bastón que le servía de garrote (a las mujeres de este segmento se les conocía como currutacas o madamitas del nuevo cuño);  pirracas, inmerso en la picardía; chichisbeo que anhelaba platónicamente el amor de damas de la aristocracia, a las que halagaba mediante chismes; pisaverde o petimetre, que despreciaba a los de clase inferior, de la que provenía. En esos años, la Cueva de Luis Candelas escondía al famoso bandolero que asaltaba diligencias: hoy da nombre al restaurante de mayor tradición madrileña. En las chulerías se reunían gentes de gran humor o chispa. La clase alta, era otro cantar.

Las majas tenían particular presencia. Ese nombre trascendió como sinónimo de juventud y encanto. Se sigue discutiendo cuál fue la modelo para que Francisco de Goya y Cifuentes (1746-1828), el cronista pictórico de Madrid, de sus costumbres y tradiciones, sufrimientos y heroicidades, la haya retratado en sus dos célebres trabajos: ‘La maja desnuda’ y ‘La maja vestida’.

Estos cuadros ocupan lugares contiguos y preferentes en el Museo del Prado. Hace pocos días, dos ecologistas, como protesta por el cambio climático, pegaron sus manos en estas obras y escribieron una  leyenda en la pared de la sala en que se puede ver estos renombrados óleos. Felizmente no hubo daños mayores, tan solo en los marcos.