Inversiones politiqueras

Alfonso Espín Mosquera

Más allá de entre los interesados —esto es los candidatos, sus familiares, amigos directos o colegas de movimiento político, vinculados con la campaña electoral—, creo que esta jornada no despierta ninguna conciencia cívica en nadie, porque las frustraciones a lo largo de los años nos han hecho, lamentablemente, perder el interés y la confiabilidad en los que se prestan para participar en la jornada de elecciones.

La verdad es que quienes se lanzan de candidatos deberían asegurarnos formas de vida comprobadas como para que no les asalte la tentación de buscar en el cargo público el arreglo de sus vidas y la de sus generaciones venideras. Lo mismo debería pasar con los colaboradores de campaña que ponen en ‘crudo y cocinado’, arriesgando propiedades, vehículos, tiempo y dinero, inversiones de las que se querrán resarcir cuando se ubiquen en el servicio público, gracias a sus gastos y favores para los candidatos.

¿Cuántos de los elegibles tendrán un afán de verdadero servicio a los demás? ¿A qué precio estarán trabajando los que los apoyan en las caravanas, concentraciones y más acciones de campaña? ¿Serán patriotas en favor del pueblo o simples inversores de los aconteceres políticos a la espera de ganancias económicas?

Mucha gente teme convertirse, por entregar su voto, en cómplice de vidas millonarias, con vehículos de alta gama y propiedades a las que nunca hubiesen podido acceder a no ser por las fechorías y negociados al frente de los cargos de poder a los que llegaron por votación popular.

Mucha gente se acerca a las urnas para no quedarse sin la papeleta de votación, como documento habilitante para los trámites del diario vivir, pero la suerte de los candidatos les importa poco, cosa que se vuelve peligrosa porque fatalmente seguimos gobernados por los peores.

Mucha gente entrega su voto no convencida de tal o cual postulante, sino buscando el yerro menor, el sujeto menos malo o equilibrar la balanza política para evitar daños mayores.

Lo cierto es que nos toca ejercer este derecho político para, en esta ocasión, elegir alcaldes, concejales, prefectos, consejeros y, a la vez, decidir a favor o en contra de la consulta electoral, que también se convierte en una especie de botín político, porque con razón o sin ella, hay grupos politiqueros que se aferran para combatirla, con tal de que sus intereses o la tendencia política en la que militan así lo diga, lo mismo al contrario.

Habría que preguntarse cuántos electores hoy van con razón y conciencia a decidir sobre las ocho preguntas del referéndum; pero sobre todas las cosas, preguntarnos como en un ‘mea culpa’, después de tantos desencantos, cuándo definitivamente cambiaremos, desde la construcción de un proyecto de país que nos reconstruya como sociedad, ciudadanía y cultura de bien.