Impávidos y cómplices

César Ulloa

Se supone que el análisis riguroso tiene menos adjetivos y más explicaciones. Va desde la identificación de las causas al establecimiento de los efectos y las consecuencias. Sin embargo, no podemos olvidar que la realidad social es más amplia y está plagada de emociones, porque está hecha de humanos para humanos. En ese sentido y por más que se pretenda sacar la sensibilidad del análisis frío y crudo, muchas veces no se puede. Y eso sucede con la penetración del crimen organizado y el común en la peor época de inseguridad y violencia que ha vivido del país.

Por tanto, cualquier hecho delictivo provocado por las bandas genera indignación, ira e impotencia, porque no está en juego la precisión de las cifras de las muertes, sino las centenas de familias partidas debido a las muertes, extorsiones, asaltos, violaciones y robos.

Y como no se puede confundir la parte por el todo, cabe decir que, debido a unos pocos jueces impávidos, cómplices y corruptos, los esfuerzos que realiza la Policía y las Fuerzas Armadas en contra del crimen organizado queda en nada, en anécdota. Lo objetivo y riguroso es la impunidad estructural en el sistema de justicia, mientras que lo subjetivo es la indignación nacional de lo que está sucediendo. A tal nivel llega la podredumbre del sistema judicial en complicidad con ciertos políticos que ya nadie cree en nada y ni en nadie. Debemos, ahora sí, refundar la administración de justicia para salir de los tres vicios capitales: judicialización de la política, politización de la justicia y cooptación por las bandas del terror.

¿Por qué llegamos a este punto? Por varias razones. Nadie profundizó en las barbaridades que fueron haciendo del sistema de justicia los diferentes gobiernos, congresos y asambleas. Impusieron la fórmula de sentencias a la carta. Después, nadie se hace cargo de nada y la doble moral socapa todo en la lógica amigo/enemigo. Finalmente, la discrecionalidad en la justicia lo estropea todo, pues al pillo que roba millones no le pasa nada, se fuga en nuestras narices y recibe el vuelto. Afuera los impávidos y cómplices.