‘Guacharnaco’

Una expresión coloquial para referirse a una persona de modales toscos, ordinaria y de mal gusto dibuja al político mediocre, charlatán y sin palabra de la actualidad. No es una afrenta contra el ‘correísmo socialcristiano’ o una crítica sobre principios ideológicos, sino, más bien, una descripción pintoresca y sarcástica del político embustero cuando aparece en televisión y pierde la cordura. Algunos con un descrédito avasallador tal que ni se inmutan por el cinismo esparcido en TV y redes de Internet.

No sobresalen ni merecen reconocimiento los ‘influencers’. Ni Guillermo Laso, ni Virgilio ni Iván Saquicela. Pues, muchos creemos que el gobierno, los asambleístas y el máximo juez del poder judicial no tienen palabra. Un régimen que en marzo pasado calificó de ‘ladrones y corruptos’ a cinco asambleístas por el supuesto de pedir dinero a cambio de votos, hoy se retracta, pide archivo a su denuncia y deja muy mala impresión. Peor que se utilicen los ‘juicios políticos’ para reemplazar el Consejo de la Judicatura y abanderar la absoluta impunidad de presos, narcos y prófugos de la ley. Resulta desolador que existan agitadores y propagandistas en la misma Corte de Justicia.

El asambleísta Luis Almeida a nombre de los pobres se autorreconoce ‘guacharnaco’ y aseguró que él es ‘un hombre superior’ en un bochornoso discurso parlamentario donde mostró un irrespeto caricaturesco y falta de madurez política. Lo sucedido sin duda no mejora las condiciones del país; pero sí clarifica la imaginación e intenciones del actor  político. La resistencia torpe de una jorga dedicada a perpetuarse sin responsabilidad; y no abordar temas cruciales: minas, petróleo, telefonía celular, fábricas de cemento, IESS, hidroeléctricas, puertos, aduanas y la venta del Banco del Pacífico.

Este ‘guacharnaquismo’ nos obliga a pensar en la necesidad de una superintendencia de la educación que regule al político de tugurio. Es decir el escogido en circos, shows, estadios, conciertos y pelis porno. De ahí que vemos con dolor y sorpresa a las fuerzas políticas promoviendo candidatos como pañales o jabones; y, vistiéndose con gran miseria intelectual en los previos de elecciones. Así, al final, el mismo diablo escogerá a los próximos alcaldes y prefectos guacharnacos. ¡Guau!

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