Los hombres que no amaban a los tatuajes

Gonzalo Ordóñez

 Se me apareció, en sueños, el Divino Niño y me dijo: “Gonzalo, divulga la verdad que te traigo”.

“Si hay abundancia, no hay peligros, ni enemigos extremos, a los hombres no se les educa para ser machos y agresivos. Pero cuando la competencia por recursos es despiadada y la supervivencia difícil, los hombres se ven obligados a ser machitos y violentos”.

Me desperté agitado, no solo porque el Divino Niño se parecía a Alvarito, medía 10 metros de alto y me miraba fijamente, sino porque no entendía nada ¿Qué mensaje quería darme Alvarito, perdón, el niño santo?

Esa misma tarde lo entendí. Mi hijo es un hombre alto, barbado y lleno de tatuajes, parece un mural que camina. Manejaba su automóvil cuando lo detuvo el honorable Ejército Nacional:

  • Caballero sus papeles por favor. Gracias. ¡Señor tiene tatuajes! Bájese del vehículo para revisarlo.
  • Mis papeles están en orden. No me voy a bajar, en todo caso espero a que llegue mi abogado. Tener tatuajes no me hace criminal.

El militar lo miró con cara de que estamos en guerra y puedo sacarte por la fuerza, pero se contuvo. Al ritmo de un, dos, tres, un, dos, tres, dio media vuelta; con papeles en mano, hacia alguien de mayor rango. Muecas van, muecas vienen y regresó.

  • Puede retirarse.

Fue cuestión de suerte, el suceso pudo tener consecuencias dolorosas si terminaba recluido en las circunstancias actuales. Necesitamos humanidad a chorros para romper con nuestros prejuicios adquiridos y promover una mejor sociedad en estos momentos cruciales del Ecuador.

Imagine que llega a Tailandia, no sabe el idioma y se pierde en el barrio Patpong, sin datos y no puede traducir los letreros con la aplicación del celular. Inmediatamente su cerebro busca significados en lo que mira: la ropa es muy provocadora; siente placer y miedo cuando mujeres se acercan riendo, tocan su mano como dirigiéndolo algún sitio; su reacción es caminar de lado contrario, cuando cae en cuenta que no es el mercado de Patpong sino la zona roja.

Así conocemos el mundo, a partir de información que obtuvimos de nuestra vida: el barrio, la escuela, los amigos, la religión y nuestra experiencia emocional con las personas, que nos ayuda a resolver problemas lo más rápido posible, pero tiene el efecto negativo de generar prejuicios y estereotipos.

Los prejuicios contra los tatuados, los homosexuales, los migrantes, las feministas o cualquier grupo social, por lo general, ocultan la baja autoestima de quien los posee, pues consideran al resto inferiores. Los prejuicios tienen una función social pues nos ponen en la misma onda de amigos, familiares o grupos de cualquier tipo. También se pueden aprender, de la publicidad o las noticias.

Cuando los prejuicios se institucionalizan se hace trizas la democracia pues la discriminación, el odio o la violencia desde el Estado parecen legítimas. Si a esto se suma una cultura polarizada como la ecuatoriana, las ideas de unos, por más absurdas que sean, pueden defenderse como justas para proteger la religión, el grupo político o el gobierno, de otros que son distintos y de los que únicamente sabemos por estereotipos.

El plan no es evitar los prejuicios, sino aceptarlos para superarlos y lograr una comunicación abierta que otorgue al otro y a uno mismo, la oportunidad de ser escuchado. Existe una ventaja de este aprendizaje: evitar que nuestra ansia humana de castigo a lo diferente, se transforme en empatía y nos aleje de la manipulación política que se nutre de prejuicios.

¿Recuerda la imagen, en los medios, de los privados de la libertad todo ordenaditos haciendo ejercicio de madrugada y cantando el himno nacional? Me parece mucho mejor, que llenar el corazón de deseos de muerte. La justicia es la mejor venganza en democracia.