Jueves de Karaoke

Gonzalo Ordóñez

Miro por la ventana de la oficina, cae una lluvia como dibujo de manga, líneas que rayan la noche. Son las 7:40, me dirijo al parqueadero, tengo que descalzarme para ponerme el impermeable, que cubre también las rodilleras y luego la parte superior que va sobre la pesada chaqueta de motociclista. El buff para proteger el cuello y el casco. El conjunto, aunque me protege de la lluvia y los golpes es pesado, extremadamente caliente y me deshidrata, incluso en un clima frío.

En el lugar de encuentro con mi grupo de moteros, los “No Name”, las motocicletas brillan como unos monstruos metálicos, para nosotros son seres vivos que nos acompañan en las rutas. La Potra es el nombre de mi moto, su tanque rojo me recuerda cómo circula la sangre a toda velocidad mientras conduzco.

Tomamos ruta, estamos 6 motos de las 10 que por lo general salimos. Cruzamos la Amazonas con dirección a la avenida Patria, los conductores de automóviles que no tienen la experiencia de manejar una moto nos odian, con cierta razón, por la manera en que los chicos de delivery circulan, pero lanzar el carro a una moto en un momento de iras puede fácilmente convertirse en homicidio. Sin embargo, no se compara con la inhumanidad y estupidez de los buses, que son muy democráticos porque ponen en riesgo a todos por igual.

Seguimos por la 10 de Agosto, a eso de las 21:00 hacia el sur, a través de los parlantes internos escucho The Matador interpretada por White Buffalo, la canción fue el final de la tercera temporada de “Hijos de la anarquía”, una serie bella y dolorosa sobre un club de motociclistas que maneja negocios ilegales en una ciudad llamada Charming. Perfecta para el ambiente, aunque no por el estereotipo de motociclistas malosos.

El paisaje urbano atraviesa la visera: una mujer joven, vendiendo tabacos, un carrito de arepas y varias personas, aparentemente venezolanos conversan arremolinados alrededor de la hornilla; un borracho baila con el poste de luz, los motores rugen extasiados por el sabor de la gasolina, aceleramos y alcanzo a distinguir teñidos por las sombras a dos personas junto a un contenedor de basura, dealers pienso mientras suena Fairy Tales de Cayetano y el corazón comienza a ronronear al compás del motor.

Llegamos a la estación Playón de la Madrid, gente bulle intermitente como las luces de los vehículos, ladrones mezclados con los transeúntes que se dirigen al muelle de salida del Trolebús, locales de venta de accesorios para celulares y otros de ropa, vendedoras de frutas e indigentes.  Circunvalamos hacia el Coliseo Julio Cesar Hidalgo, donde, cuando era niño, mi mamá me llevaba a ver la lucha libre (cachascán en esa época) para detenernos en la Pedro Fermín Cevallos y Olmedo en un hostal llamado “Community Hostel”.

El plan es una noche de karaoke en el bar y restaurante que se encuentra en la azotea, con una maravillosa vista de la Basílica del Voto Nacional y la extraña virgen del Panecillo que me angustia por su posición encorvada. Espero divertirme mirando a mis amigos porque odio cantar, en general.

El personaje de la noche fue un galán con los brazos como cajón de mangos (de los de chupar no de comer) cantando en un inglés que parecía aprendido en la penitenciaría de Guayaquil, intentando con su distinguido dialecto ligar con las gringas que estaban a punto de obtener una dislocación de la mandíbula por la risa.

Y luego su servidor que cantó con todos sus pulmones: “Hoy en mi ventana brilla el sol y el corazón se pone triste contemplando la ciudad. Porque te vas”.  El ridículo entre amigos amortigua la vergüenza.

El albergue, para conectarse con otros viajeros es, además, un lugar de reunión seguro, que muestra que otra ciudad es posible. Son innumerables los sitios para generar turismo si el gobierno local decide intervenir con un plan sistemático de inversión para Quito, allí está, como ejemplo, la calle 5 de junio que pasa por El Coral donde antes fue la fábrica de la Cervecería Nacional.

El trayecto por la 5 de junio atraviesa por barrios tradicionales y proporciona una vista maravillosa de la ciudad; imagino al Municipio entregando préstamos para transformar las casas en locales comerciales, capacitándoles en gestión de bares y cafeterías, gastronomía, clases de inglés para comunicarse con los turistas. Será importante ubicar lugares de información, con funcionarios del Municipio, para contar la historia de nuestra ciudad, además, una forma de hacer productiva al exceso de burocracia que hace inoperables los trámites ciudadanos.

Otra vida es posible, solo se necesita un alcalde humano, es decir que reconozca a la gente de la ciudad como personas y no votos para un partido político.