Gangotena

Matías Dávila

Matías Dávila

El 29 de mayo de 2007, perdí a mi hija mayor; seis meses después, partió mi papá. Fue como si la vida nos hubiera mutilado. Sé lo que se siente cuando se pierde un ser querido. Por eso es que me extraña la actitud de algunas personas frente a la muerte de Santiago Gangotena. ¿Por qué la gente esta vez se ha dado esas ‘libertades’? ¿Por qué parecería que la empatía no cabe aquí?

Algo estamos haciendo mal. Cuando los motines en las cárceles, hubo gente que expresó públicamente su alegría por la muerte de decenas (cientos) de reos. Incluso expresaban su deseos de que se siguieran matando. Aunque no pueda justificarlo, tal vez puedo entenderlo por todo el daño que ellos causaron. Quizá aquí es donde hay que hacer un ‘alto’ para comprender los comentarios insensibles o burlones por el fallecimiento de Gangotena. ¿Qué representa Santiago para que algunas personas puedan dejar de lado las formas y hasta hagan mofa de su deceso?

Las derechas, parafraseando a Íñigo Errejón, nos ponen una trampa. Si te quejas por la desigualdad y tienes recursos, eres un hipócrita; y si te quejas y te va mal eres un resentido. Por esa razón —para ellos— no caben las quejas. En una sociedad donde la mayoría somos pobres, hay que hacer ciertas observaciones para entender el odio que tienen los unos en contra de los otros. ¿Realmente nos comemos el cuento de la meritocracia? ¿Cuántos de los que nacen pobres en Ecuador se convierten en ricos?… ¿el 2%? ¿Cuántos? Entonces el ‘laifstail’ de los poderosos se está convirtiendo en el caldo de cultivo de la repulsión de los menos favorecidos. “¿Por qué me rompo el lomo trabajando y no alcanzo ni el 5% de una de aquellas fortunas?”, pensarán. A eso había que sumarle los polémicos comentarios de Gangotena y sus posiciones personales con respecto a esta gente. No puedo justificar el odio que las personas le tienen como representante de una clase privilegiada, pero puedo entenderlo. Paz en su tumba.