La seducción de las elecciones

Francisco Jiménez*

Como buen adolescente político, el Ecuador se deja en ocasiones seducir por aquellos momentos que muestran la promesa de algo nuevo. Momentos que atesoramos como si de repente todo fuera a cambiar de golpe. Y es que hemos atravesado tantas circunstancias difíciles a lo largo de nuestra historia, que la esperanza de dejar el pasado atrás e inaugurar un auspicioso presente seduce a cualquiera y es demasiado atractiva para dejarla pasar. Las elecciones son una prueba de eso. Nos seducen de tal forma que nos convencemos que su sola dinámica basta para trastocar profundamente el presente y el futuro.

Y en ocasiones –muy raras– es así, pero la vida, y en especial la política, son bastante más complejas, particularmente en nuestro país. Acosados por una violencia que nos explotó en la cara de un día para otro, agobiados por instituciones terriblemente frágiles, desconfiados de una clase política que prioriza obsesivamente el cálculo y las rencillas y vendettas personales, ese ‘momentum’ privilegiado que supone ir a votar con la expectativa de algo nuevo e irreversible, tiende a diluirse en la espesa niebla de intereses contradictorios y juegos de poder inconfesables.

¿Por qué fracasan entonces los gobernantes y pierden ese impulso vital? ¿Falta de preparación, intenciones equivocadas, desánimo, megalomanía? Algo de eso podría haber, pero unificar a los seres humanos bajo un mismo criterio es indebido y puede llegar a ser muy injusto. Ponderar las razones del fracaso o éxito de los gobiernos en cambio no lo es. Aquí proponemos unas cuantas: 1. Es fundamental tener un programa de gobierno realista y realizable ajustado al período en curso, pues nadie se echa a volar sin un buen plan de vuelo. 2. Es esencial tener una agenda política para saber con quién se gobierna, pues es una ilusión peligrosa pretender gobernar en total “libertad”, que es lo mismo que gobernar en soledad. Los compromisos, cuando son legítimos, no debilitan, más bien fortalecen. 3. Tener claro para quién se gobierna, prioritariamente. Lo ideal es gobernar para todos, claro está, pero cuando el presupuesto es ajustado, y hay que tomar decisiones, uno debe preguntarse si gobierna, primero, para la clase media o para los más pobres o para el sector empresarial, por citar un ejemplo.

Próximamente profundizaremos sobre qué aspectos se pueden trabajar para que esa innegable seducción e ilusión que representan estos momentos, no se difuminen como la niebla en un resplandeciente día de verano en la capital.

*Ex ministro de Gobierno