El miedo a la verdad

En 2013, la Asamblea Nacional, expidió una Ley de Comunicación adjetivada, con razón, como ‘ley mordaza’. Un cuerpo legal que violaba normas del Derecho Internacional de los Derechos Humanos y permitía la persecución a periodistas y medios de comunicación críticos al Gobierno, o de aquellos que se atrevían a denunciar la corrupción generalizada de tantos funcionarios que se enriquecían con descaro, a costa de los recursos del pueblo ecuatoriano. Reverdecían así, en el siglo XXI, las peores lacras del autoritarismo fascista derrotado, con el costo de millones de vidas, en 1945.

En 2019, con el beneplácito de los ecuatorianos de todo el espectro ideológico democrático, la Asamblea realizó varias reformas a esa ley; entre otras, la más importante, eliminó la nefasta Superintendencia de Comunicación, odiosa para gran parte del pueblo ecuatoriano. En la actualidad, el presidente Guillermo Lasso intentó la aprobación de una Ley para la Libertad de Expresión que tuvo el apoyo de la mayoría de los miembros de la Comisión, pero no alcanzó los votos suficientes en el Plenario. Se pasó entonces a votar, casi sin debate, el informe de minoría que fue aprobado con 73 votos a favor, provenientes del correísmo, los disidentes de Pachakutik y la ID, con algunos independientes.

Justificaciones aparentemente plausibles como la garantía del cumplimiento del derecho a la Libertad de Expresión y Prensa, el derecho de la comunicación y la información, la defensa de audiencias y lectores (a cargo de burócratas de la Defensoría del Pueblo), ocultan la verdadera intención de anular la libertad de opinar e informar sin la tutela estatal. La prohibición de difundir “toda información falsa”, pone en manos del poder fascista la capacidad de decidir lo que es o no es verdad.

José Mejía Lequerica, hace más de 200 años, advertía en contra de: “sujetar las ideas y los deseos, las fatigas y la propiedad, el honor y la vida de los desdichados autores al terriblemente voluntarioso capricho… de unos hombres que, teniendo ya por sí mismos todas las pasiones, todas las fragilidades, toda la ignorancia de cualquier hombre, están además subyugados por todos los errores, todos los intereses y todos los resentimientos…”.