El gran drama

Eduardo F. Naranjo C.

En el escenario actual hay una gran incógnita sobre cuál es el mensaje válido, desde el punto de vista que implica e interesa a nuestra sociedad y la función del periodismo como baluarte de verdad.

El continente se agita con una reacción obvia ante el crecimiento de la pobreza,   determinante para que la gente busque esperanza en visiones diferentes a las anteriores, que no han logrado resolver el drama que viven los grandes grupos humanos en su día a día.

Interesantes y motivadores fueron aquellos años universitarios cuando la juventud se permitía soñar con aportar y orientar soluciones; unos mediante la transmisión de información veraz. Sin embargo, la realidad se fue presentando en el camino, descubriéndose que era escasa la libertad de expresión, menos aun libertad de información, porque todos debían seguir lo establecido.

Investigar vericuetos y tramas de la política fue un desafío, pero llegar a concretar fue relativamente imposible porque la “verdad” no era una, había muchas. Esto hacía que lo real  se transformara en ficción y que se vislumbrara que el poder omnímodo, para bien o para mal, es el que distribuye el escenario.

Hoy somos testigos de muchas cosas y hechos que aparentan ser, cuando en realidad no son. La suspicacia y el análisis permiten retirar el “velo informativo” y percibir cuando los dueños del poder programan una verdad que todos deben tragar, usando asalariados que hilvanan piezas sueltas y acometen cínicamente a las masas  creyentes para que carguen cuentos y así alcanzar los fines propuestos.

La observación detenida de los acontecimientos permite asumir que hay fuerzas más allá del  gobierno visible que programan y plantan escenarios, con el fin de seguir en la línea hegemónica imperial, que muestra y usa todo su equipo subyacente, para pintar el crimen y la corrupción como convenga.