Después del Bicentenario

Se cumplieron las celebraciones organizadas por los doscientos años de la Batalla de Pichincha, que abrió la puerta para que concluyese la época del colonialismo y comience la era republicana.

De enjundia histórica la efeméride, con elementos que incentivan el civismo tan venido a menos en los últimos tiempos, fue la oportunidad propicia para que, de una u otra manera, el sentimiento patriótico aflore y se exprese de diversas maneras, bajo el denominador común de país, con sus venturas y falencias, elogios y frustraciones que motivan la realidad actual, producto de los siglos transcurridos desde la epopeya que produjo la independencia.

Es cierto el criterio que conlleva a sostener que con el conocimiento del pretérito se comprende la evidencia del presente y se planifica y construye el porvenir, siendo la conciencia  de nación la que incentiva la ampliación y solidez del tejido social, con miras a que prevalezca  la concordia y el desarrollo. En este panorama, el ejemplo de los líderes se vuelve sustancial, a fin de que no prevalezcan el derrotismo, la tendencia a la negatividad, la desunión, la fuerza que aniquila sueños y realizaciones edificantes.

Actualmente, brota espontánea la pregunta de si las generaciones que siguieron a la de los próceres han sido dignas de su sacrificio, en medio de difíciles desafíos que configuran la tónica contemporánea: pobreza y desempleo, imparables y unidas delincuencia nacional y transnacional, clamores sociales porque mejoren las condiciones de vida de enormes masas poblacionales, mediocridad y corrupción en gran parte de los líderes, salvo contadas excepciones.

Después del Bicentenario se vuelve imperativo una toma de conciencia colectiva, para labrar campos de esperanza, como sugiere el mito griego, luego del aparecimiento de todos los males.