Debe ser la edad

Matías Dávila

¡Nunca fui nocturno! De hecho, hasta hacer el amor era un tema que, si me lo preguntaban, me sabía mejor antes de las 19:00. No entendía cómo las personas llegaban de sus trabajos, se alistaban y salían a ‘disfrutar’ con sus amigos. ¡Por Dios! Luego de trabajar en lo único que pienso es en rezar el ‘Ángel de la guarda’ y dormir y tal vez -y solo tal vez- en hacerme un sánduche de queso para no acostarme con el estómago vacío.

Pero ayer se me ocurrió salir. Primera cosa complicada: entender cómo había gente tan despierta. Eran las nueve de la noche (mi hora de acostarme) y había personas que parecía que se habían despertado hace poco. Tenían más energía que una batería de Motorola. Yo, en cambio, hacía un sacrificio para articular correctamente las oraciones porque sentía que iba perdiendo el hilo de las conversaciones.

Segunda cosa, las conversaciones. Yo tengo el síndrome del ‘mimo jubilado’: hablo y hablo y hablo. Me gusta hablar. Pero con un volumen de la música tan alto, no entiendo cómo el resto puede hacerlo. Si me preguntas, la cita perfecta es en la banca de un parque o en la sala de espera de la morgue. Pero ayer llegó un punto en que me puse, como dijeron mis amigos, en ‘modo avión’. No me era sencillo conversar y, si no converso y estoy con gente, me siento incómodo.

Tercera y final, el día después. Llegué a mi casa a eso de las 2:30. Para muchos eso es solo normal y divertidísimo; para mí representa un momento en la madrugada donde usualmente estoy a dos horas de despertarme. Hoy ha sido un día complicado. Parezco el león del zoológico. No sé si te pasa a ti, pero cada vez que he ido al zoológico, que han sido unas cuatro veces en mi vida, el león solo pasa durmiendo y vos dices: “¿Pagué otra vez para ver esto?”. Así estuve yo.

Antes de ayer una chica me dijo que por mi físico no parezco de 48 ‘ni de chiste’. Me dijo, “incluso te pusiera unos 38”. Obvio que no salió conmigo. Todos los que estuvieron en mi mesa ayer dudaban que tenía 48; creían que podía tener entre 60 y 70.

Yo no nací para amar… como decía Juan Gabriel.

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