La amenaza ya no es el correísmo

Daniel Márquez Soares

Hace dieciséis años, cuando lo que en ese entonces se llamaba Alianza PAIS comenzó su ascenso, en Ecuador no se alcanzó a entender que estábamos en otro round de la Guerra Fría. Por pensar en bobadas provincianas y egocéntricas, como la ‘partidocracia’ o ’la larga noche neoliberal’, la ciudadanía se distrajo y aprobó abrumadoramente un experimento constitucional suicida orquestado desde el exterior y permitió que el Ecuador terminará convertido en un peón geopolítico.

En ese entonces, muchos de los que hoy más se jactan de antimarxistas o demócratas, eran de los principales defensores del nocivo reformismo o incluso funcionarios del régimen de Alianza PAIS. Hoy, en su bulliciosa cruzada anticorreísta, ya están tarde. Quieren llevar a cabo hoy la pelea que tendrían que haber dado hace una década y media.

Al concentrarse hoy en la lucha contra el moribundo ‘correísmo’ la ciudadanía está cometiendo el mismo error de inicios de siglo: enfocarse en un rival doméstico y pasado, sin darse cuenta de las verdaderas fuerzas y el verdadero enemigo que tiene enfrente.

La amenaza para el Ecuador hoy ya no es el correísmo, sino la anarquía. Así como hace dos décadas habían fuerzas sobrevivientes de la Guerra Fría intentando conquistar territorios, ahora hay fuerzas interesadas en caotizar países para apoderarse de sus recursos con más facilidad. El guion de estos grupos para nuestro país es simple: hundirlo en una absoluta condición de Estado fallido con todo lo que eso implica —niveles inconcebibles de violencia, un Gobierno inoperante, vaciamiento demográfico por medio de migración y muerte de jóvenes, privatización de la seguridad, destrucción de la identidad nacional, división política irresoluble—. A partir de allí, el control y saqueo de la tierra, el subsuelo y las costas para las partes interesadas es mucho más sencillo.

Enfocarse en la lucha contra el correísmo este momento es tan tonto como enfocarse en la lucha contra la ‘partidocracia’ en 2008. Ese desacierto nos costó en aquel entonces que nos introdujeran una Constitución fatídica; la misma miopía hoy nos condenará a vivir una etapa de larga y dolorosa oscuridad, como las peores de nuestra historia.