El tema es Irán, no Palestina

Daniel Márquez Soares

El problema árabe-israelí de la segunda mitad del siglo XX hace mucho tiempo que dejó de existir. Del lado árabe, los más belicosos actores estatales —como Libia, Irak o Siria— fueron destruidos, y otros —como varios de los estados del Golfo— optaron por una convivencia pacífica con Israel; del lado israelí, la superioridad tecnológica y económica ante sus rivales se tornó tan amplia, que se vieron en una cómoda posición que lo lleva a querer perpetuar el ‘status quo’ existente. El problema es Irán. Es verdad que no hay un conflicto árabe-israelí, pero sí existe un serio conflicto entre Irán e Israel, ante el cual incluso el mundo árabe se encuentra dividido.

Irán es un rival formidable, con competencias y capacidades muy superiores a las de cualquier adversario regional que Israel haya enfrentado. Además de una numerosa población —cantidad propia de una potencia regional—, cuenta con una elite educada, paciente y, en varios casos, sinceramente devota. A la amplia tradición cultural y administrativa persa, se suma una gran masa de científicos de su propia cosecha, tanto en el campo de las ciencias puras como en el de las aplicadas.

La historia reciente iraní basta y sobra como evidencia de la tenacidad de su liderazgo. Durante más de cuatro décadas, se han batido de forma continuada y con gran éxito en guerras en diferentes países. Una veces —como sucedió ante Irak—, contra Occidente, pero otras —como en Afganistán, en Siria contra el Estado Islámico o contra el tráfico de heroína— en perfecta sintonía con este. Con ‘paciencia oriental’ lograron, tras casi medio siglo de esfuerzos, colocar en el sur del Líbano y en Yemén lo que en la práctica son verdaderos enclaves, junto a sus principales adversarios. Pese a sufrir sanciones económicas de diferente tipo, sus alianzas regionales, el tamaño de su mercado y el talento de su gente le ha permitido a Irán mantener operando su sociedad y su producción, al punto de ser capaz de desarrollar hasta una industria propia de misiles, muy cercana ya a convertirlo en una potencia espacial.

Lamentablemente, Irán insiste en negar el derecho de Israel a existir, un postulado que resulta irracional en los tiempos actuales y que ni siquiera los estados árabes más religiosos mantienen ya. Ante ello, Israel se aferra a dos compromisos igualmente desproporcionados. La primera es la convicción de que Irán puede ser asfixiado por medio de sanciones, como una Cuba cualquiera, y que tarde o temprano la teocracia iraní se derrumbará —tal y como sucedió con la Libia de Gadafi o el Irak de Sadam Husein. La segunda es la absoluta determinación de que Irán no puede tener y jamás tendrá armas nucleares; buscar lograr eso unas veces a través de esfuerzos coordinados con la comunidad internacional y otras simplemente por medio de la fuerza militar.

 Ese choque de posturas irreconciliables ha llevado a un conflicto imparable. La cantidad y la magnitud de ataques que Israel ha logrado llevar a cabo contra Irán, así como su osadía, resultan asombrosas. Asesinaron, en un espectacular atentado en territorio iraní, al científico jefe del programa nuclear, Mohsen Fakhrizadeh; lograron sabotear la principal planta, en Natanz, donde Irán llevaba a cabo enriqueciminto de uranio; asistieron a Estados Unidos en el asesinato de Qasem Soleimani, el general de la Guardia Revolucionaria Islámica a cargo de las operaciones en el extranjero —un hecho inusual, en tanto matar a un oficial de un país, que no es lo mismo que un renegado terrorista apátrida, se juzga un acto que viola muchas convenciones— y acabaron en pleno territorio sirio con Imad Mugniyah, el jefe militar de Hezbollah, al servicio de Irán. Esas son apenas algunas de las decenas de acciones que Israel condujo exitosamente y que siempre dejaban en el aire la pregunta de cuándo y cómo sería la respuesta iraní.

Ya se sabrá más adelante cuál fue el grado de participación iraní en los ataques de hace un mes que partieron de Gaza. Mientras, el mundo aguarda en vilo lo que pueda suceder si ese conflicto entre Irán e Israel sigue agudizándose. La esperanza del planeta es que, por un lado, Irán termine de entender que, para estas alturas, la existencia de Israel ya es un hecho consumado, respaldado por el mayor poderío militar de nuestro tiempo. Por el otro, resulta improbable que en el mundo actual Irán no termine, en algún momento, de desarrollar su propio arsenal nuclear, tal y como ha sucedido y sucederá con las principales potencias regionales del globo. La comunidad internacional no luce ya lo suficientemente cohesionada como para evitarlo y cada vez está más claro que la teocracia iraní seguirá su curso sin derrumbarse. Si Israel es capaz de aceptar eso, así como Irán de aceptar el derecho de Israel a existir, el mundo quizás pueda evitar una espantosa conflagración en el futuro.