El modelo que nos heredó 1941

Daniel Márquez Soares

El país acaba de conmemorar los 25 años de la firma de la paz con el Perú. Hubiese sido bueno aprovechar el festejo para, de paso, admitir el fracaso de ese modelo de Estado que nació hace más de 75 años —como consecuencia de la derrota de 1941— y que hoy seguimos persiguiendo infructuosamente.

El incontenible deseo de revancha y una hipotética recuperación del territorio perdido con la firma del Protocolo de Río de Janeiro marcaron el curso del Ecuador durante la segunda mitad del siglo XX. Se fabricó una identidad nacional artificial, mala copia de los nacionalismos europeos, y se instrumentalizó el arte y la cultura para ese propósito. Se impulsó un Estado central fuerte, idóneo para movilizar gente y recursos, y toda la planeación de infraestructura comenzó a llevarse a cabo con la guerra en mente. Luego, por medio de energía barata y subsidiada, se impulsó el crecimiento demográfico, creyendo que eso conllevaría un aumento del mercado interno que desembocaría en proceso de industrialización. Se erigieron unas Fuerzas Armadas con un equipamiento absolutamente desproporcionado para los ingresos del país y se instauró una política comercial altamente proteccionista. Se suponía que todo ese proceso debía servir para dar a luz a un Ecuador fuerte, unido y disciplinado, que revertiría el descalabro de 1941 cuando llegara el momento.

Ese modelo de Estado está agotado. No es coincidencia que, al mismo tiempo que celebramos la paz, enfrentamos apagones, una economía estancada, elevadísimo desempleo, crisis de seguridad y un éxodo de ecuatorianos, entre muchos otros dramas. El proyecto fracasó. La ficción de un Ecuador centralista y cohesionado, que rebasara las identidades locales, nunca se consolidó. La política de energía subsidiada generó distorsiones, no crecimiento, y el excedente poblacional no dio pie a industrialización, sino a descomposición social. El proteccionismo no generó grupos económicos competitivos internacionalmente, sino segmentos rentistas y un costo de la vida artificialmente elevado. Tan estridente fue el fracaso que el país hoy no tiene ni siquiera moneda propia y su justicia es cada vez más débil y sometida a instancias internacionales.

Ecuador tiene futuro, pero tendrá que ser un futuro muy diferente; mucho más apegado a la naturaleza descentralizada, comercial y de apertura que caracteriza a países pequeños con una geografía diversa y generosa. Ya es hora de renunciar a esos infantiles anhelos de grandeza decimonónica.