No hay códigos

César Ulloa

Hace algunos años, un documental realizado en México profundizaba en las historias de vida de los delincuentes más buscados en aquella época, en donde no había entrado el crimen organizado. Los delincuentes habían construido su fama, debido a su audacia, experticia, anecdotario e incluso se levantó una mitología alrededor suyo. Los amigos de lo ajeno, en especial, se caracterizaban por su agilidad para el hurto, al punto de que las víctimas no caían en cuenta cuando habían perdido sus joyas, carteras o cualquier objeto de valor. Lo propio sucedía cuando los ladrones entraban a desmantelar las casas, pues muy pocas veces les trincaban.

Los personajes del documental, entre broma y en serio, y sin ello signifique una apología del delito, comentaban que sus actividades implicaban códigos de convivencia y, aunque pareciera fuera de toda racionalidad y ética, por ejemplo, las movidas delincuenciales eran “permitidas” sin que haya violencia, peor aún, que se provocara la muerte o el desarrollo de atentados como los que ahora se observan diariamente. Cada hurto era un reto junto con toneladas de adrenalina incluidas. Tampoco se permitía hacer daño a niños, ancianos y mujeres. Ahora ocurre todo lo contrario y las evidencias demuestran que son las primeras víctimas.

Ninguna actividad delincuencial es justificable y las investigaciones demuestran sus causas y consecuencias desde diversas perspectivas y disciplinas, sin embargo, lo que sí es extremadamente notorio es la exacerbación de la violencia y esa carencia de “códigos” en las actividades delictivas. De lo que se trata ahora es dañar, intimidar, acosar, acorralar, asesinar, traumatizar a la sociedad. Por tanto, es un problema que incorpora, inevitablemente, la sicología que está detrás de las masacres. Sin duda, es otra sociedad que rebasa los códigos permitidos entre los mismos delincuentes de antaño.

Posiblemente, antes se construía el mito alrededor de quienes tenían dedos de seda, ahora en cambio de quienes tienen más muertes a su haber. Se pasó del carterismo a la escuela de sicarios. Entonces, las fórmulas de combatir esta delincuencia son más complejas, porque detrás hay un paraguas de violencia y ríos de sangre que justifica todo.