Cazando con gato

Por Daniel Márquez Soares

Un proverbio brasileño —elogio de la improvisación, el tesón y la inventiva— reza que “quien no tiene perro, caza con gato”. Para conquistar el poder suele necesitarse popularidad, carisma y fuerza. Sin embargo, cuando se carece de eso, no hay más opción que apelar a artimañas, cálculos y maniobras —“cazar con gato”—. Nuestro sistema fue en décadas pasadas muy prolífico al momento de engendrar políticos de ese tipo; personajes intelectualmente brillantes y socialmente sagaces, pero carentes de carisma y simpatía, condenados a perseguir el poder no por medio de las urnas —donde solo cosechaban fracasos— sino de las intrigas palaciegas y los arreglos discretos. Es notorio que el presidente Guillermo Lasso se está nutriendo, a grandes bocados, del conocimiento de aquella generación.

La engorrosa conformación del Estado que nos heredó el experimento de Montecristi implica que es posible hacerse con el poder sin tener que conquistar el Legislativo. Muy bien asesorado por los viejos navegantes de la política con los que ahora comulga, Lasso y sus lugartenientes han comenzado —con la paciencia de quien está al acecho—, a seducir y conquistar otros poderes e instituciones del Estado. Todo se ha producido con sospechosa sincronía: la Corte Constitucional, el Consejo de la Judicatura y ahora el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social. Si el gobierno se hace con el control del CPCCS y de los nombramientos posteriores, será apenas cuestión de tiempo hasta que sea percibido como invencible y se produzca, también en el Legislativo, una masiva conversión de parte de políticos que quieren sumarse al bando ganador. La Asamblea será la última ficha en caer.

El problema es que esta es una receta caduca. No es la primera vez en nuestra historia que, tercamente, un grupo político con baja popularidad y escasa legitimidad intenta secuestrar el poder. Da igual si 1944, 1996 o 2005, el resultado siempre es el mismo: el hastío y el desespero popular resultantes terminan abonando el surgimiento de un nuevo caudillo.

A largo plazo, para durar, un proyecto político debe ser genuino; junto a él permanecerán quienes de verdad creen en él. Desgraciadamente, a estas alturas, ya nadie sabe quién es y en qué cree —de verdad— Guillermo Lasso.

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