No hay peor ciego

Carlos Freile

Frente a las reacciones de algunos lectores a un par de artículos míos en que me refería a hechos históricos falseados por algunas personas me he quedado sorprendido, por decir lo menos. El primer artículo tocaba un asunto de hace 125 años, el segundo un tema del siglo XVIII. En ambos casos he recibido réplicas referentes a la política nacional de los últimos años. En otras palabras, los amables, y no tan amables, lectores, o no han leído los textos completos o no los entendieron. Y digo “no tan amables” pues algunos de ellos se limitan a insultar, sin dar argumento alguno para refutar mis afirmaciones históricas basadas en documentos incontrovertibles. Pero lo que más me llama la atención es que en casi todos los comentarios sus autores defienden a políticos actuales como si a ellos me hubiera referido y, de paso, descalifican no solo a este servidor sino al diario La Hora por dar cabida a mis opiniones.

Por esto, cabe recordar el viejo refrán: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. Con todo respeto a los analfabetos funcionales expreso mi extrañeza por la falta de comprensión lectora debida a llevar en la mente filtros ideológicos invencibles. La ceguera mental impide a muchas personas el entender los argumentos ajenos, pero también, lo cual es mucho más grave,  les imposibilita romper los moldes rígidos dentro de los cuales se mueve con dificultad su percepción de la realidad. Pareciera que para algunos críticos nuestra historia comenzó en el año 2007.

Otros en cambio desprecian afirmaciones históricas sin presentar argumentos a favor de sus denuestos contra el articulista; pareciera que el estudio de la Historia no dependiera de la investigación de fuentes y de su análisis sino de la voluntad y simpatía de toda persona con capacidad digital para intervenir en redes sociales: dan juicios de valor, condenan con insultos pero no aportan con un mísero dato para sustentar sus  palabras.

En cierta ocasión un colega universitario se burlaba de mi apelación a especialistas sobre un tema histórico, los detractores actuales se presentan ellos como peritos y eso les basta para adivinar el pasado y dictar cátedra sobre él. Así la ficción se convierte en Historia y la Historia en novela sujeta al arbitrio de sentimientos y emociones.