Jon Fosse, Nobel de Literatura

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Carlos Freile

En nuestro medio, sea por ombliguismo estructural,  sea por el evidente talante localista que nos agobia en ciertos casos,  a lo mejor por la explicable preocupación frente a las inminentes elecciones o por el salvaje ataque de Hamás a Israel, no ha tenido resonancia el otorgamiento del Premio Nobel de Literatura al escritor noruego Jon Fosse. Por eso me atrevo a lanzar al viento cuatro ideas sobre este escritor, pues su nuez esconde un condumio apetitoso.

Para evitar malos entendidos, dejo de lado sus valores literarios, cada lector los sabrá aquilatar, si es que tiene la suerte de encontrar sus libros; quiero referirme a un aspecto de su vida personal, sin olvidar que cualquier escrito de ficción puede ser leído sin ninguna referencia a su autor, como sugirió alguna vez Borges, pues la obra debe brillar  o quedar opaca por sí misma.

Fosse ha tenido éxito en las letras, más no siempre fue así en su vida personal, pues sufría ansiedad, a pesar de su infancia feliz y de sus logros; tal vez por su afán de alcanzar metas cada vez más altas, lo cierto es que cayó en el vicio de la bebida y en la aberración intelectual del marxismo. Se autopercibía como ‘normal’ solo cuando estaba bajo los efectos del alcohol, aunque permanecía sobrio para escribir. Hace unos diez años, ya con su fama bien establecida, pasó dos meses en total estado de embriaguez con el evidente peligro de no poder salir del abismo pues sufría alucinaciones y su salud se deterioraba con rapidez.

En lo hondo de su desequilibrio supo reaccionar y tomó una decisión: dejar de manera definitiva la bebida y el marxismo; al mismo tiempo se convirtió al catolicismo. En el alcohol y en Marx solo encontró desesperanza y no horizontes abiertos: los halló en la fe católica y su centro, Jesús. Como él mismo ha dicho, dio un golpe de timón definitivo y radical a su barco. Desde entonces valora su capacidad para escribir como una gracia de Dios, de igual manera su capacidad de trabajo cuando monta sus obras de teatro. El mismo insiste en que su obra tiene un fundamental elemento místico católico, sin el cual es imposible entenderla.

Desde su conversión Fosse supo elegir y abandonó un camino nefasto, no ha vuelto a tropezar en sus dos piedras. En nuestras circunstancias sería de desear que los ecuatorianos no tropecemos en las piedras de antaño. Que nosotros no escojamos el mismo sendero ya recorrido de corrupción, de engaño, de mentiras, de tiranía.