Burócratas totalitarios…

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Carlos Freile

… y racistas. Me cuentan que hace pocos días una mamá ecuatoriana llevó a su pequeña hija a cierta oficina del Registro Civil para sacar la primera cédula de identidad de la niña y en un momento dado el burócrata a cargo le preguntó sobre qué ponía en la información sobre el grupo étnico: “¿Mestiza o indígena?”. La madre le contestó: “Blanca; véale. Además su apellido paterno es alemán y el materno español”. Respuesta del oficinista: “Debe escoger entre mestiza o indígena, pues el sistema no nos permite otra alternativa”.

Saltan a la palestra varias inevitables preguntas incómodas: ¿Por qué el sistema ha sido programado de esa manera? ¿Si la niña fuera hija de dos padres chinos, o sudaneses, o escandinavos, también se deberá escoger entre mestiza o indígena? ¿El sistema tampoco admite a afroecuatorianos o montubios? A estas alturas de la evolución de nuestras sociedades, ¿es todavía pertinente resaltar la pertenencia étnica? ¿No es hora de pensar ya en la unidad de todos los ecuatorianos, sin negar las peculiaridades culturales?

El eliminar, sin ningún fundamento dentro de los criterios que regulan la malhadada pregunta, a un grupo étnico, ¿no refleja una actitud racista? ¿Por qué una persona evidentemente no mestiza, ni indígena, ni afroecuatoriana, ni amarilla, ni montubia, ni mulata, no puede declararse (o a su hija) blanca? ¿Es cualidad innombrable ser blanco? Y me refiero no solo al color de la piel o del pelo o de los ojos o a la estatura…, sino a la visión del mundo, a las mediaciones culturales…

A partir de esta curiosa anécdota vale la pena recordar la observación que hizo algún articulista de un medio nacional sobre la ausencia entre las preguntas del censo de población de una sobre la religión de cada habitante del Ecuador. Contra la convicción de personas ancladas en el siglo XIX, que el Estado sea laico no significa que desconozca las creencias religiosas de sus ciudadanos, sino que no protege, ni ataca, a ninguna de ellas, pero debe respetarlas a todas. Desconocer el hecho religioso es dar las espaldas a la realidad.