Avaricia

PACO MONCAYO

La sociedad ecuatoriana ha tocado fondo. Cada día se conoce de un nuevo escándalo de corrupción, información que, por reiterada, ha dejado ya de ocasionar sorpresa. Se sabe, porque la información llegó de Estados Unidos, del Brasil y España, no por investigaciones realizadas en el país, de la existencia de supuestos narcogenerales y narcojueces; de sobornos millonarios a funcionarios públicos, de robos en el Metro de Quito, de militares y policías que captan dinero de manera ilegal, de jueces que hacen burla de la Ley a cambio de coimas; y, lo demencial, de un padre que supuestamente paga a sicarios para que asesinen a su tierna hija con el fin de no pagar la pensión alimenticia. ¡Se han superado todos los límites!

Muchas veces se ha repetido que el pez se pudre desde la cabeza. Así ha sucedido en el agobiado Ecuador: políticos que  maniobran indecentemente para apoderarse de la Contraloría General del Estado y asegurar su impunidad; que han cooptado jueces para ponerles al servicio de sus intereses; que quieren todas las superintendencias, todas las fiscalías, todos los tribunales, para perseguir a los justos y salir indemnes de sus fechorías y, luego del cargo público, con los dineros mal habidos, a costa de la pobreza del pueblo, constituirse en los grandes señores, en respetables familias, porque “poderoso caballero es don dinero” y la memoria de la gente es corta. Esta situación no puede continuar. Es preciso entender que las crisis de desempleo, pobreza y pobreza extrema se originan en la avaricia de los poderosos y en su podredumbre moral. Cuánta razón tenía Juan Montalvo, al proclamar ante situaciones como esta: “Maldita sed de oro exclama el profeta enfurecido con las iniquidades y bajezas de estos hombres voraces que engullen a dos manos ese metal siniestro. Yo quisiera… que las riquezas excesivas, las superfluas de los avaros, las perjudiciales de los vicios se convirtieran en estaño, en vil escoria. Tener cada cual el equilibrio perfecto de las necesidades y las satisfacciones: esta oposición permanente del trabajo con la riqueza, del hambre con la abundancia compone el desorden moral en que vivimos zozobrando, y nos estrella, quienes contra la miseria, quienes contra la gula”.