Bandera: símbolo y pertenencia

Ana Changuín Vélez

Tenía apenas siete años y aún puedo recordar la tristeza que sentí durante un evento escolar en el que se retiraba la bandera a un estudiante de sexto grado, producto de una sanción por faltas graves que había cometido. Un acto que presencié con inocencia, pero que dejó una impresión perdurable en mi. La misma bandera que ese joven había recibido con orgullo reconociendo su destacado desempeño académico, luego representaba desaprobación. Una lección sobre responsabilidad y valores cívicos que se mantiene en mi memoria.

La bandera, considerada por muchos como el más inspirador de los símbolos patrios, es un artefacto testimonial vivo de la historia y el carácter de un país. Las riquezas naturales, guerras, revoluciones y hechos políticos han determinado sus componentes, buscando siempre representatividad y expresión de valores como la lealtad, la honestidad y la nobleza.

Cada país cuenta con sus propios símbolos que despiertan el orgullo y fortalecen la identidad colectiva. Para los ecuatorianos, se trata de un emblema que convoca un sentido de pertenencia a un espacio social rico en historia y lleno de tesoros naturales que la adornan y dan bienestar y sustento a sus habitantes: playas bañadas por el sol, majestuosas montañas y nevados, campos agrícolas y la riqueza de nuestra comunidad diversa y acogedora. Por ello, los colores de la bandera ritualizan los valores y riquezas del suelo patrio, generando un sentido de identidad y solidaridad grupal.

El 26 de septiembre, celebramos el Día de la Bandera en Ecuador, y es el momento para reflexionar sobre la importancia de este símbolo y su rol para promover la ecuatorianidad. Fue Gabriel García Moreno quien estableció en 1860, mediante Decreto Ejecutivo, que los colores serían amarillo, azul y rojo. Un acto con significado histórico, ya que recuperaba los colores de la bandera que ondeó por primera vez en territorio ecuatoriano el 25 de mayo de 1822, un día después de la Batalla del Pichincha, que marcó un hito en nuestra independencia.

 Las banderas tienen un poder único para unir a los pueblos en momentos clave de la historia. Es notable la icónica imagen de marines estadounidenses alzando su bandera en Iwo Jima así como la de soldados soviéticos izando la suya sobre el Reichstag en Berlín al final de la segunda guerra mundial. Incluso en la exploración lunar, Neil Armstrong dejó una bandera como símbolo de la unidad humana.

Las personas necesitamos identificarnos con un grupo, y la bandera se convierte en un símbolo poderoso de colectividad: una forma de expresar una idea compleja de lealtad y pertenencia. Así, la bandera de un país ha demostrado ser mucho más que una pieza de tela. Se constituye en un tejido que une a las personas, un fiel reflejo de sus valores, y una fuente de patriotismo y unidad, perdurando como luz de inspiración en momentos cruciales e incluso oscuros de la humanidad.