El mundo se desangra

Nunca hay ganadores en la guerra, solamente vencidos. No se contabiliza el triunfo de los conflictos bélicos con el número de víctimas, sino con la destrucción y la muerte para quienes se enfrentan.

Hoy asistimos a una de las peores mortandades en Medio Oriente. La crueldad y la carnicería han tomado proporciones inusitadas.

Israel desde 1948 ocupó el territorio que la ONU le otorgó en medio del mundo árabe y, desde esa fecha, todo ha sido muerte y destrucción.

El ataque del grupo terrorista palestino Hamás, perpetrado en octubre, en contra de la población civil judía, que en términos reales ha  significado muertes, violaciones, asesinatos y aun jolgorios con exhibición de cadáveres, como consecuencia del desangre de tanta población, ha desatado la furia de los israelíes, que hoy juran terminar con Hamás y, en ese afán, han desplegado una brutal arremetida contra Gaza, con la terrible circunstancia de irse en contra de escuelas y hospitales, porque el grupo insurgente ha instalado en esos sitios sus contingentes bélicos, y como la consigna es acabar con los terroristas, no perdonarán nada.

La violencia no respeta a los seres humanos. Los niños, los ancianos, las mujeres, los jóvenes; nadie está libre en uno y otro lado de la crueldad de la muerte en condiciones indignantemente horrorosas.

Lo más grave de todo, es que el mundo contemple impávido el dolor de miles de víctimas inocentes y, sobre todo, que ciertos países aprovechen los ensañamientos bélicos para hacer y  mirar el horror como hechos de interés político y alinearse a gusto de sus tendencias y beneficios geopolíticos en el afán de hegemonías económicas.

Tampoco es correcto que por circunstancias ‘de moda’, ‘generacionales’, de ‘género’, ciertos grupos y colectivos se pongan en favor de una u otra postura, como si la guerra, el dolor y la muerte fuesen vitrinas para enseñorearse

Aquí no caben partidarios en favor o en contra, porque la muerte no contempla otra cosa que desolación, porque el ser humano es demasiado sagrado para jugar con su pesar y sangre.

Merecen el rechazo del mundo entero las potencias de cualquier tendencia política que a lo largo de la historia de la humanidad han convertido al planeta en un desangre que favorece a sus intereses económicos, pues el negocio de la guerra no se ha detenido.

Las grandes transnacionales del mundo occidental y árabe no pueden jugar a la guerra con víctimas reales en Medio Oriente. Los habitantes de esa región no son muñecos de plásticos para jugar videojuegos.

Hoy más que nunca es un imperativo que los organismos internacionales jueguen un papel determinante, que brinde las posibilidades de  justicia  y equidad para cada bando, para zanjar definitivamente este conflicto que sume en el dolor a la humanidad entera.