Al filo del Apocalipsis

Daniel Márquez Soares

Este es un buen momento para hacer una pausa y meditar sobre cuán cerca la humanidad se encuentra de una guerra catastrófica. Los sucesos en Ucrania han terminado desbaratando uno de los entendimientos comerciales que más prosperidad ha traído en la historia: aquel en el que Rusia aportaba sus ingentes recursos naturales y algunos migrantes altamente calificados, y Europa, sobre todo Alemania, tecnología y mercados. Fue esa “alianza” lo que  —aunque implicaba hacer la vista gorda a heridas de un pasado no tan lejano y a las arbitrariedades del autoritarismo ruso— le valió casi siete décadas de paz a una zona que, por cinco siglos, había sido una fábrica permanente de conflictos armados. La inherente diferencia de criterios ideológicos (que en los tiempos de hoy bien podrían considerarse religiosos) fue sobrellevada por décadas con éxito, tanto por el pragmatismo de Vladímir Putin como por líderes alemanes a la altura, como Gerhard Schröder o Angela Merkel —mujer sabia y buena entendedora, por su historia personal, de la cultura y la psique rusas—.

Ahora, todo ha cambiado. Las sanciones comerciales a Rusia, la consiguiente desestabilización de la economía europea, la destrucción de las arterias energéticas que unían a Rusia con Europa y la disrupción logística han puesto fin, al menos a mediano plazo, a la eterna pesadilla geopolítica que las potencias insulares —Estados Unidos e Inglaterra— han buscado evitar desde hace más de doscientos años: un bloque que conjugue la población de Europa Central con los recursos y la fuerza de Rusia.

Ahora, el régimen de Vladímir Putin se encuentra arrinconado, a las puertas del desprestigio total y, en el peor de los casos, de ver a su país paulatinamente condenado a un fin como el de Hispanoamérica: un pasado imperio fragmentado, hundido perpetuamente en la pobreza y la insignificancia gracias a un sistema diseñado para que nada funcione. La diferencia es que él tiene armas nucleares.

El mundo ha estado ya varias veces a las puertas del Apocalipsis, pero siempre se impuso la sensatez —usualmente, del lado de los rusos, aun ante la más pueril intransigencia occidental—. Ahora le toca a la OTAN.