A pesar de la ‘revolución ciudadana’

Alfonso Espín Mosquera

Es curioso pensar cómo en diez años de presidencia de Rafael Correa, ese gobierno pudo hacerse de tanto poder para controlar totalmente al país. De hecho existieron más de cuarenta secretarías de Estado y ahí fueron repartidos estratégicamente miembros convictos y ciegos de su movimiento político, a más de jóvenes que ante la colocación laboral, fueron cooptados por el régimen.

Se apoderaron de todo para controlarlo al centímetro: del CNE, del Consejo de Participación Ciudadana, de la administración de justicia, de los ministerios funcionalmente directos y de los llamados ‘de coordinación estratégica’. Se llenaron de poder en los bolsillos y luego los desparramaron a gusto y paciencia.

Una de las cuestiones clave que utilizaron fue la maquiavélica acción de espulgar minuciosamente en todos las asociaciones, colegios profesionales, y hasta en las familias para dividir a como dé lugar y así debilitar la cohesión de esos núcleos que hasta la llegada del correato se habían mantenido unidos.

En el ámbito militar y policial también operaron para generar divisiones profundas, que no sé si se habrán subsanado, pero que a su debido tiempo les dio operatividad sobre los mandos castrenses. La milicia y policía quedaron desmanteladas, sin armamento, sin unidades aéreas y también zanjadas en su fuero interno.

La gente que tradicionalmente, por convicción o moda fue de izquierda, también se ligó al gobierno correísta, aunque muchos se bajaron de esa balsa cuando sintieron que con la RC no llegaba la vida marxista y ni la redistribución de riquezas en el país; pero, otros sí se corrompieron y se dejaron llevar por la senda de la vida placentera y opulenta, olvidándose así de los ‘camaradas’, con quienes cantaban a Víctor Jara, Quilapayún, Intillimani, y soñaban en la ‘revolución’, como una posibilidad de cambio social.

Con Correa fuera del país se siente que más allá de las sabatinas, los bonos, el comportamiento irascible del presidente, esa llamada ‘revolución ciudadana’ obedeció a un populismo ciego y aberrante, cuyo caudillo sigue haciendo y deshaciendo, como en una secta alienante, ahora vía on line, y sus seguidores obedecen a pie juntillas los designios de ‘la divinidad’.

Hoy lo importante es que hay que reconstruir un país devastado, que ha perdido la institucionalidad, cuya seguridad social está en soletas y los niveles de violencia son más que alarmantes y que, desgraciadamente, ha vivido pensando en Correa como redentor de sus males, cuando fue el gestor de lo que hoy vivimos, porque tanto el gobierno de Moreno, como el de Lasso han sido una especie de transiciones inoperantes a lo que aún no llega: un verdadero régimen que empiece con entereza a poner orden, después de una década bien complicada que no la han podido descifrar por cómo la hicieron desde la Constitución de Montecristi hasta Carondelet.

Pero el país sigue vivo, a pesar de todo, y la gente tiene que guardar los optimismos para reconstruirnos y ojalá con la dirección de algún buen ser humano, con calidad moral y valores, dar la vuelta de una vez por todas a esas páginas perversamente indignas que hemos vivido, siempre y cuando los comicios electorales sean transparentes y dignos, en un país que tiene derecho a que sus ciudadanos elijan libremente y se respete su decisión.