A deconstruir los estigmas sociales

Mi hija de 10 años se enoja cuando alguien se refiere al color beige como ‘color piel’. Dice que es un comentario racista e inapropiado. Defiende que la piel puede ser marrón, blanca, beige, rosada, amarillo pálido… y que asumir que toda la humanidad es del mismo color, es negar la diversidad.

Menos mal las nuevas generaciones se detienen a pensar en conceptos que los adultos consideramos nimiedades. ¡Cuántos estigmas y estereotipos hemos normalizado a lo largo del tiempo, sin poner un alto definitivo a tales presunciones!

Ya se imaginarán lo que mi hija piensa cuando alguien le dice “patea el balón como hombre” o cuando su profesora les pide a los “varoncitos” ayuda para mover un pupitre.

“La profe dijo que necesitaba dos niños que cargaran la mesa”, me comentó una tarde, indignada, y añadió “yo soy más fuerte que la mitad de mis compañeros”. Y sí, mi hija lleva y trae mercadería para ayudarme en uno de los tantos oficios que realizo para ganarme la vida. Ella es fuerte y quiere hacerse notar.

Pero más allá de su fortaleza física, quiero formarla para que su carácter se mantenga firme, al igual que sus convicciones. Si en mi época de infancia hubiésemos sido más conscientes de las minorías y de las poblaciones vulnerables, otra sería la historia. Y, sobre todo, si hubiésemos sido más conscientes de la diversidad, habría menos discriminación.

Hay tantas aseveraciones por deconstruir; para hacerlo comencemos por pensar dos veces en el vocabulario que utilizamos. Eliminemos el ‘longo’, ‘cholo’, ‘naco’, ‘marica’, ‘gordita’, ‘negrito’, ‘nenita’… porque enhorabuena, quienes todavía hablan con estos calificativos, son quienes están ‘out’ con las nuevas generaciones.