Es bien sabido que los ecuatorianos estamos hartos de todo lo que ocurre en nuestra desatinada y, a veces, absurda política. Me refiero en estos términos por no calificarla de otra forma. Las ambiciones de toda índole ya rebasan los límites de lo que, en un país supuestamente democrático, podríamos considerar como normal. Cada cual tira la cuerda para su lado; se inventan tantas cosas y tantos disparatados mecanismos, pretendiendo salirse con la suya y así… el tiempo sigue su marcha, sin que se haga nada productivo, oportuno y eficaz que contribuya a resolver los problemas más álgidos y prioritarios que, a decir de todos, deberían ser tratados y solucionados con la urgencia que el caso requiere.
Viendo permanentemente este desmadre politiquero, muchos de los ciudadanos nos hemos convertido en simples espectadores, hasta cierto punto neutrales y pacíficos (actitud que, desde luego, no es la correcta) que vemos correr el río sin alarmas ni aspavientos; unas frías estatuas de hielo que observamos, con cierta indiferencia, quemeimportismo e impotencia, cómo se desarrolla el tan inventado, caótico y extenso ‘juicio político’ tramado entre gallos y media noche que, de ninguna manera, logra convencernos; pues, si analizamos minuciosamente, son otros los factores e intereses políticos camuflados los que motivan a ciertos grupos a tratar de cumplir este objetivo, desde luego, con una devastadora e inútil pérdida de tiempo. Es hora, compatriotas de que, dejando de lado estos excesos y ambiciones de poder, nos propongamos trabajar, ardua y decididamente, por el bien y el progreso de nuestra amada Patria y, consiguientemente, de nuestras futuras generaciones.
Fabiola Carrera A.