A punta de lápiz

A punta de lápiz
A punta de lápiz

La poesía parti(o)cular de Fabián Guerrero

El poeta puede contar y comentar, canta y dice, siendo el tamiz del mundo en el cual vive, su palabra es constante reflexión. El modo de ordenar las palabras, de construir las imágenes de lo que piensa, es su estilo particular de compartir sus emociones, el ritmo de los versos es el latir de su interior y la armonía de un poema la vista unívoca de su mundo a través de su ojo creador. La poesía de Fabián Guerrero Obando es interrogación, pesquisa, reclamo íntimo, disección de una vida que no acaba de aprehender todas sus aristas.

Aunque parezca una contradicción, Guerrero parece no escribir para nadie más que para sí mismo, catarsis para continuar a pesar de lo visto y lo vivido. No publica conjuntos de poemas sino un solo poema(rio) que pretende ser la estructura de una indagación, como la agonía en El viaje. Un libro publicado es como el paso de una estancia a otra, el registro de un transcurso vital que ya puede ser discutido con el otro, el lector, aunque la indagación existencial continúe peregrina, a voces.

Las partes es el más reciente reto de Fabián Guerrero. A partir del cuerpo muerto invade la palabra en todas las muertes. La belleza del poema está en el paradójico horror que provocan las metáforas: versos plagados de adjetivos como el cadáver ‘consciente’ de los gusanos que lo devoran, sustantivos y verbos que van ordenándose a lo largo del poema para describir un cuerpo pudriéndose, por partes, poco a poco, y la conciencia del poeta, juez y parte, que grita y se queja, que reclama y no entiende, de las muertes, esta muerte.

El amor compartido, sentimiento mutuo, hace posible la existencia de otro, se concibe esa extraña forma humana de unidad. Pero la rompen, culpables e inocentes a la vez, y todo en el abandono se rompe, en múltiples partes que aún palpitan gracias al cinismo de la vida que no quiere concluir. Cómo es posible destazar lo que apenas empieza a vivir. Esa vida reciente tiene ya la memoria de los que fueron carne ávida, fuego agotado en el instante mismo de su gozo, para habitar la tumba de cal su imposible insomnio.

El crimen parece ser, para el poeta, la manifestación literal de la acidia: no vive ni deja vivir. Escucha ‘el cadáver’, entre los recuerdos inútiles de una memoria vacía, las voces a su alrededor, como turbas que se consuelan con el ruido de las partes al desgarrarse de su unidad, los gritos de quien es vaciado de sí. Hurgan dedos, se deshacen órganos, fétidos líquidos brotan de una vitalidad que ya solo provoca asco.

El hombre sabe que ya no podrá ser feliz cuando acepta que su fisiología está en constante degeneración y puede oler su propia putrefacción. Las partes pretende hurgar en la condición humana para descubrir en qué partes se encuentra la bondad, el amor, la tolerancia, la oportunidad de ser con el otro. Leído al pasar, este poemario, parece críptico, imposible de asir. El elaborado ejercicio con el lenguaje exige más de una lectura, tiempo para pensar, valentía para recibir el golpe en el fatuo rostro del impávido lector.

Fabián Guerrero Obando ha decidido, retirar la mortaja –no como un frío forense, sino como desolada víctima que reclama-, y enfrentar a la muerte. O, en este caso, sumergirse en la burda fuente de acero inoxidable y mezclarse entre las partes de lo que fuera un cuerpo vivo, arrancado de su matriz y contarnos lo atroz:

Un crujido extraño me despertó

¿Era un crujido?

Se repitió.

Era un raspado.

y ella, recogida en un rincón,

seleccionaba los trozos maculados.

Cada crujido dilata y toca la punta.