Importancia de la diplomacia en los conflictos internacionales y en la reputación de los países

Autor: Hernán Escudero Martínez | RS 70


EL artículo examina ejemplos reales de la importancia de la diplomacia en la resolución de conflictos internacionales y en el restablecimiento de la reputación internacional de un país, que se reflejan, nítidamente, en la historia de la ex Canciller de Colombia, María Ángela Holguín, en su libro “La Venezuela que viví. La historia de diez intensos años de un país que cambió para siempre”.

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Colombia desempeña un papel central en la política latinoamericana por razones históricas y geográficas indudables. También su propio devenir en el último medio siglo colmado de violencia, pero asimismo de un proceso constituyente vivificante en 1991; de un cambio social importante y de un costoso proceso de paz, que la convierten en un caso interesante de irradiación en la región.

María Ángela Holguín tiene una extensa e importante trayectoria diplomática. Fue Ministra de Relaciones Exteriores de Colombia durante los dos periodos presidenciales de Juan Manuel Santos entre 2010 y 2018, el período más extenso en ese cargo que cualquiera de sus predecesores.

Antes fue embajadora de su país en Caracas entre 2002 y 2004 y también embajadora ante la ONU en Nueva York y viceministra de la Cancillería. Fue, por tanto, una protagonista estelar en la acción exterior de su país, con centralidad en la vecina Venezuela y en las conversaciones de paz que culminaron en los Acuerdos entre el gobierno y las FARC y en el restablecimiento de la credibilidad internacional de su país.

La relación de vecindad, su grado de armonía o desacuerdo y el ánimo recíproco de resolver problemas es sustancial en la política exterior de los estados. El determinante liderazgo de Hugo Chávez y la bonanza económica, fruto del incremento sustancial de los precios internacionales del petróleo, que lo acompañó en su gobierno; su enfermedad y fallecimiento; el ascenso al poder de Nicolás Maduro, con quien Holguín había compartido tareas en la condición de este de Ministro de Relaciones Exteriores de Chávez; y el deterioro vertiginoso de la situación en Venezuela, con la consiguiente crisis migratoria suscitada a partir de 2015, son puntos constitutivos de una agenda de la que Holguín da precisa cuenta y de la que no están ausentes otras cuestiones regionales como la relación con UNASUR o la CELAC, así como el deshielo habido en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos; así como la ruptura y posterior reanudación de las relaciones diplomáticas entre Colombia y Ecuador.

Todo lo anterior y más, está minuciosamente descrito en su libro La Venezuela que viví. La historia de diez intensos años de un país que cambió para siempre, publicado en 2021 y que constituye una suerte de memoria de la agitación en la que navegó durante su carrera diplomática.

Este libro es una tarea de rendición de cuentas, a la vez que, de reflexión sobre acontecimientos vividos en primera persona, que quedan fijados con precisión. Lo puramente testimonial se inserta en el fluir de acontecimientos de gran relevancia, que ven así adquirir un nuevo sentido.

Durante una década, primero como embajadora en Caracas y luego como canciller, Holguín vivió el día a día de la Revolución Bolivariana de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro. Este libro, entre otras muchas cosas, es un retrato de estos dos personajes que llevaron al despeñadero a la otrora nación más rica de Latinoamérica.

Holguín fue testigo de excepción de la deriva autoritaria de Chávez y Maduro, también de las notables diferencias en sus estilos de liderazgo y la paulatina demolición del estado de derecho y de las libertades en Venezuela; de su colapso social, económico y político; del sesgo de UNASUR a los intereses ideológicos y políticos del autoritarismo venezolano; de la sujeción de varios países del Caribe y algunos de Centroamérica a los dictados de Venezuela, en las votaciones en la OEA.

María Ángela Holguín describe su experiencia como embajadora en Venezuela, donde vivió parte de la transformación que sumió a la población de ese país en una crisis social, política y económica y del evidente cambio de Nicolás Maduro desde que pasó de ser Canciller a presidente. Por ocho años, la excanciller enfrentó las rupturas y complicaciones entre Venezuela y Colombia. Explica Holguín: “Maduro, en lo que me tocó a mí, fue una persona educada, respetuosa, que tramitaba los asuntos en el caso nuestro con Colombia, que tenía rasgos de simpatía y disposición a las relaciones personales”. Sin embargo, añade, con el paso del tiempo y con la llegada del sucesor de Chávez al Palacio de Miraflores, las cosas cambiaron radicalmente.

En diciembre del 2015 la oposición venezolana obtuvo un triunfo contundente y acaparó la mayoría de los escaños en la Asamblea Nacional. Pese a esa manifestación mayoritaria, el gobierno de Maduro trazó estrategias para sacar del camino a la nueva Asamblea, utilizando al Tribunal Supremo de Justicia, una vez más al servicio del Gobierno. “Si el gobierno de Maduro hubiera entendido el mensaje del pueblo-afirma Holguín-habría tenido la gran oportunidad para trabajar unidos y sacar a Venezuela del colapso. Pero los hechos demostrarían que al chavismo sólo le interesaba anular a la oposición y muy poco el futuro de su propio país”

Holguín hace una radiografía de la Venezuela chavista que dispuso de una enorme cantidad de recursos derivados de la bonanza petrolera para sostenerse, y a la nación empobrecida por la corrupción y los malos manejos de la que han salido, según la ONU, cerca de seis millones de sus habitantes que buscan un mejor futuro.

Chávez fue un hombre con un “gran liderazgo y con una ascendencia popular muy grande, con unas altas dotes oratorias e histriónicas increíbles, que se conectaba extraordinariamente con los sectores populares”, según menciona en su libro. Y también alguien que, agrega, improvisaba mucho y un ególatra que terminó arremetiendo contra todos los que él consideraba sus enemigos, ya fueran empresarios, medios de comunicación, instituciones internacionales.

Esa forma de gobierno la continuó Maduro, dice Holguín, con el agravante de que los recursos obtenidos por la venta de petróleo ya no eran los mismos, y campeaba la corrupción.
Luego de los altibajos que sufrió, Holguín considera que Venezuela tiene una “gran necesidad de reconciliarse, de tener elecciones” porque, de lo contrario, el país seguirá deteriorándose, expulsando a sus gentes, como ha ocurrido.

El texto refleja también su misión como Canciller para restablecer la reputación de un país que estaba seriamente dañado por la violencia y el narcotráfico. De ahí que, como aborda en el capítulo segundo, se imponga “abrir Colombia al mundo” y, a la par, tomar conciencia de la necesidad de acometer la construcción de un Estado ausente en numerosas zonas del país.



Habida cuenta del papel desempeñado por Cuba en el proceso de paz comprometido por el presidente Santos, las permanentes reuniones en La Habana y el tramo final del proceso que se va a extender durante 18 meses, canalizarán buena parte de la energía de Holguín. En el último capítulo, “Mi contribución a la paz”, se dan cita un pormenorizado recuento de encuentros con los actores y una reseña de los temas en que la ministra tuvo mayor incumbencia, como en el caso de la presencia de desmovilizados de otros conflictos en diferentes países del mundo, ávidos de contar sus experiencias.

Hay también en su texto lugar a la crítica en lo relativo a la materialización de los acuerdos de paz que empañaron el voto favorable en bloque del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. En este sentido hay dos cuestiones fundamentales que son objeto de larga reflexión: la relativa al paso en falso innecesario de llevar a cabo la firma de los acuerdos antes de la celebración del plebiscito y la referente a la mediocre preparación de la campaña para propiciar el voto afirmativo de la ciudadanía.

En suma, es un texto imprescindible para entender una larga década de las dinámicas que se dieron en la región y es un libro inspirador y estimulante porque tiene la capacidad de mostrar constantemente el lado positivo de pequeñas escenas de las complicaciones de la política que pasan a menudo inadvertidas desde miradas macro o demasiado dependientes de marcos teóricos excesivamente formales. Es, finalmente, la reflexión que una servidora pública que entrega a la comunidad internacional el ejercicio de su quehacer a lo largo de más de tres lustros. Y es, ante todo, un manual de negociación diplomática de temas supremamente complejos que lograron llegar a compromisos bilaterales y acuerdos.

En su extenso y prolijo relato no hay asomo de alarde, peor de jactancia; al contrario, el texto refleja honestidad intelectual y modestia, tal como se lee, por ejemplo, en este fragmento de la Introducción: “En la búsqueda de viejas amistades sentí el vacío de quienes ya no están y en su momento fueron importante compañía en mi vida en Venezuela y en Colombia… Cinco personas de quienes aprendí muchas cosas, voces sabias que me aconsejaron cada vez que las buscaba: los colombianos Augusto Ramírez Ocampo y Luis Fernando Jaramillo, los venezolanos Simón Alberto Consalvi y Ramón J.Velásquez y el ecuatoriano Diego Cordovez. Los extrañé y los extraño todavía”.

Una importante conclusión de este vibrante relato es que las negociaciones diplomáticas bilaterales y multilaterales son absolutamente esenciales para que un país avance en sus objetivos nacionales, en el restablecimiento o en el incremento de su reputación internacional y en la solución de desavenencias o de resolución de conflictos con otros estados.
El ejercicio de la diplomacia, en este contexto, requiere, además, de una enorme paciencia y persistencia en las acciones por parte de sus ejecutores, como en las múltiples y difíciles circunstancias que describe María Ángela Holguín en sus diez años al frente de la Cancillería de Colombia.
Este lúcido texto aporta, finalmente, a la comprensión de la política exterior de los estados latinoamericanos y caribeños y de su compleja y elusiva integración.