Espada de Damocles

Desde el siglo IV a.C. viene empleándose esta conocida frase para referirse  a un peligro inminente. Los griegos la utilizaron por primera vez, según la memoria histórica.

Un cortesano de este nombre envidiaba al rey Dionisio su situación privilegiada. Llegado a conocimiento del monarca este asunto, invitó a su servidor a que ocupase por un día el trono y así se procedió. Cuando el beneficiado por esta amabilidad  nada común se hallaba presidiendo un banquete, alzó  la vista y miró que sobre él pendía una afilada espada, sostenida apenas por pelos de una crin de caballo. Al darse cuenta del riesgo que corría, de inmediato se retiró de ese lugar y ofreció sus disculpas al rey que le había dado una lección del precio que se paga cuando se tiene gran poder. La tradición fue asociando este hecho a una grave amenaza que se cierne sobre alguien.

Se vuelve pertinente recordar lo anotado cuando se habla de armas atómicas y el riesgo, por esta causa, para la humanidad. A raíz de la invasión a Ucrania, el presidente Vladímir Putin ha hecho la siguiente advertencia: “Quienes intenten detenernos, deben saber que la respuesta de Rusia será inmediata y les llevará a tales consecuencias que nunca han enfrentado en su historia”.

El poderío ruso en esta materia es colosal; se ha informado que posee dicho país no solamente la bomba Satán sino una más letal, la Zar, la más destructiva que existe en el planeta, tres mil cien veces mayor que la que se lanzó en Hiroshima. Con arsenales de este contenido, es fácil darse cuenta de lo que sucedería en el planeta de producirse la no descartable tercera guerra mundial que, ojalá, nunca acontezca.

Desde el 5 de marzo de 1970, en el marco de las Naciones Unidas, está  en vigencia el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares que, en realidad, de poco o nada ha servido.