Democracia de papel

El recorrido de la humanidad tiene una ruta de ascensos y cambios que se producen en cada momento. Desde la época de los primeros homo sapiens hasta hoy, los escenarios muestran siempre luchas de poder. Hay muestras de evolución, pero aún se aprecian raíces primitivas que hacen que unos busquen dominio sobre otros, cortando vidas y libertades, manteniendo la extraña vanidad del poder supremo.

Pensadores cercanos a nuestra era perfilaron, a partir de los griegos, una idea de democracia, buscando  evitar conflictos y autocracias para alcanzar sociedades organizadas, relativamente justas y libres, para dejar atrás lo primitivo de la especie. Sin embargo aún no se lo logra, pese a los avances que las revoluciones lograron.

Modelos que en un momento se creyeron ejemplares se derrumban, mostrando la fragilidad conceptual de la democracia. Se denominan democráticas sociedades que mediante la participación electoral aparentan reconocer la voluntad del pueblo; sin embargo, gobiernan las grandes fuerzas económicas, mediante figuras escogidas para el efecto. En otros ámbitos los líderes hegemónicos llaman a sus sistemas ‘gobiernos democráticos’, pero en ninguno de los casos los ciudadanos tienen plenitud en sus derechos.

Los humanos modernos, hemos llegado a un punto de complejidad en el que las elites político económicas parecen no comprender que, de no modificar el sistema, surgirán conflictos sociales de gran escala y que la idea de supremacía puede dirigir la Humanidad a un tipo de violencia que derive en sociedades distópicas o en el fin de la civilización.

La historia habla de poderes que emergen, reinan y caen; lamentablemente, los humanos no tenemos capacidad de recordar esos hechos y los repetimos, arrastrándonos a procesos circulares que no aportan  al desarrollo racional, sino que estimulan el instinto de poder y de manipulación de las emociones.