Por las palabras

NICOLAS-MEIZALDE
Nicolás Merizalde

Parece increíble, pero al menos en esta latitud del mundo hemos perdido el sentido. Y no me refiero al sentido metafísico, existencial e íntimo, que ese ya se ocupará cada uno de buscarlo, sino al más elemental y rudimentario: el de las palabras, aquel que emana de su significado.

No me extraña que se haya vuelto imposible el diálogo, que la democracia sea una caricatura y las cosas anden todas descompuestas si vivimos una realidad alterna en donde nada en absoluto se corresponde con lo que dicta el diccionario. Las palabras se han mudado, se han trasvestido o nosotros, Dios no quiera, hemos persistido en estupidizarnos.

Culpemos a la posverdad, al relativismo y al populismo, que es básicamente como culparnos a nosotros mismos. Total, ya en este punto…

Mientras los asambleístas discuten la diferencia entre comisión y comité, el resto de ecuatorianos entiende que la corrupción es un acuerdo entre privados, no distingue entre justicia y su antónimo, emparenta prosperidad con narcotráfico, cultura con espectáculo, bueno con pobre, rico con malo, inversión con venta y vivo con sabio.

Es tal el deterioro que se ha extinguido lo evidente. Yo, por ejemplo, que trabajo con las palabras porque creo en ellas me veo en la obligación de explicar que esto es una opinión y me pertenece, no al medio como maliciosamente les enseñaron a repetir. Como es mía, fíjense que escándalo, no es imparcial porque en la toma de posición radica el sentido de la palabra opinión y la defiendo hasta el límite de su lógica cuando otra más pura y más cuerda la derriba. Así las cosas, los bancos ya no son bancos, las multas ya no son multas y hasta las renuncias al menos en Carondelet ya no son renuncias.

Esta es la primera lucha, ciudadanos que todavía me leen y me entienden: detener la degradación de las palabras, devolverles su valor y defenderlas.

Así sea.