Testigos y mudos

César Ulloa Tapia

El asesinato de Mariana Granda a golpe de bala o de puro plomo vivo como dicen los sicarios, a la salida de un centro comercial de Quito, se viralizó en cuestión de segundos en las redes, pero de eso no pasó a mayores. Después del morbo y el voyerismo no hubo nada más. La mayoría fuimos testigos y mudos de este caso. Al día siguiente, la vida continuó sin aspavientos.

En plena avenida Amazonas en la ciudad de Quito, donde ocurrió este hecho todo continuó normal, porque el suceso fue noticia del “periódico de ayer”, como dice la canción. Los medios de comunicación habían trabajado en extraordinarias semblanzas de la mujer que fue la víctima, pero de ahí a provocarse una indignación masiva hay una gran brecha. Parecería que la violencia se instaló cómodamente y lo peor es que nos está ganando la partida.
Durante esta semana hubo más casos. Una niña en México y una mujer en Santa Elena fueron víctimas de la estupidez humana en su peor expresión. Una vez más, estos sucesos parecerían traídos de la mente más perversa, casi un relato inimaginable, pero, al fin y al cabo, dolorosamente reales.

¿De qué nos ha servido trabajar en legislaciones más punitivas, si la violencia se ha llegado a instalar en el ADN de la población? Son decenas de años que las mujeres y los hombres más progresistas han observado y vienen trabajando para que el mundo desnaturalice la barbarie, pero volvemos al mismo punto. El mundo padece de una enfermedad crónica social: la ceguera, aquella que en su momento escribió José Saramago en su extraordinaria novela.

Ayer fue víctima una voluntaria, en atender a niños con cáncer, mañana puede ser cualquier persona a plena luz del día y con un conjunto de gente grabando los hechos y viralizando la crueldad humana por las redes sociales. Esa misma estupidez está instalada en todos los ámbitos, porque el manejo de la política y la economía son extensiones del comportamiento más básico y cruento. Cuidado reemplacemos el consumo de la crónica roja y el sensacionalismo con la indignación y la protesta social, porque podríamos convertirnos en víctimas de nosotros mismos.

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