De vuelta a la normalidad escolar

Las clases presenciales también ayudan a los estudiantes en su entorno social.
Aprendizaje. Las clases presenciales también ayudan a los estudiantes en su entorno social.

La irrupción de la COVID-19 marcó un antes y un después  en el mundo educativo, uno de los ámbitos mayormente  impactado.

El confinamiento trajo dificultades en el sistema educativo que se vio presionado a plantearse una serie de desafíos y grandes esfuerzos para implementar diferentes estrategias, que permitan mantener la educación para dar respuesta a la inmediatez y complejidad de la nueva y caótica crisis sanitaria.

Docentes, directivos, familias y estudiantes se vieron involucrados en estos cambios repentinos.

Algunas clases se digitalizaron y se multiplicaron las tareas en casa, además, los niños con dificultades y trastornos de aprendizaje se quedaron mayoritariamente sin el apoyo específico que recibían en la escuela.

 

EL DATO
Es necesario revisar el camino recorrido para crear un nuevo escenario educativo.

 

La presencialidad siempre será importante

Durante este tiempo, volver a la ‘normalidad’, era la aspiración de chicos y grandes, añorando la rutina de antes de la pandemia, donde parecía que todo estaba bien, una normalidad que se esfumó de un momento a otro y que ya no tiene cabida el giro que dio la humanidad.

Después de 18 meses, retornar a clases presenciales era un clamor y urgencia en el que coincidían familias, profesionales de la educación, psicólogos, sociólogos, críticos y estudiosos que determinaron el enorme perjuicio  de la interrupción de la presencialidad escolar.

Esta crisis ha desvelado de cuerpo entero que asistir a clases  presenciales favorece tanto en aprendizajes como el desarrollo personal y social de niños y adolescentes.

Además, según Unicef, en 9 de cada 10 hogares, los niños han mejorado su estado anímico con el retorno a clases, y en 8 de cada 10 familias, los niños se sienten más motivados a aprender.

Con el regreso a la normalidad fue necesario analizar cómo las prácticas pedagógicas emergentes pudieron resultar una oportunidad, considerar nuevos modelos educativos, aprovechar mejor las tecnologías, impulsar el estudio y trabajo en equipo, crear nuevos parámetros de evaluación, desarrollar nuevas competencias y destrezas.

Escuela y familia, juntas a una nueva normalidad.

¿Cuál es el sentido de la escuela en una nueva normalidad?

Diseñar e implementar políticas que garanticen el  cumplimiento de los derechos, de aprender dignamente en los distintos niveles de enseñanza, reducir los impactos de la desigualdad en materia educativa, garantizar la atención de una educación de la primera infancia, neutralizar los efectos de las inequidades socioeconómicas, y de erradicar la brecha de género en el rendimiento escolar.

Acompañar y asesorar a toda la comunidad educativa y  familias para ser capaces de implementar mejoras profundas para garantizar un sistema educativo que garantice una educación gratuita, equitativa, de calidad e inclusiva.

Porque no sería conveniente volver a las escuelas y hacer lo mismo que se hacía antes en cuanto a su tarea de educar.

Retornar con las anteriores prácticas sería no comprender el vuelco que dio la humanidad, ni responder a las necesidades de una sociedad que se vio obligada a cambiar sus estructuras sociales, culturales y económicas sin haberlo previsto. Sería no encajar en la era digital que propone otras formas y ritmos de vida.

Es esencial, que la escuela recupere el principio inclusivo y que, sea cual sea la situación de aprendizaje, el alumnado con dificultades no se quede atrás.