¿Doctrina bolivariana? / Vanguardia

En el panorama general de aturdimiento nacionalista que recorre América Latina en estos tiempos, la figura de Simón Bolívar parece ser una carta ganadora. Bastó con que Hugo Chávez la convirtiera en el símbolo de su particularísima revolución para que la izquierda del continente (esa izquierda tan sospechosamente afecta a los uniformes) la adoptara como propia.
La Historia es, sin duda, una dama caprichosa: en sus buenos tiempos la izquierda solía ser internacionalista y Bolívar, revolucionario y todo, era el padrino por antonomasia de los conservadores. Y vaya si hizo méritos para serlo: el libertador de cinco naciones es, también, el autor de uno de los proyectos de Constitución más reaccionarios que ha parido Sudamérica, capaz de inspirar los peores delirios autoritarios a García Moreno y otros angelitos de la derecha decimonónica. Quien mejor lo representó en esa faceta fue el ecuatoriano Rafael Salas, el pintor oficial de la restauración católica, en un cuadro que el conservador ambateño Juan León Mera alabó por su contenido simbólico, el cual, según él, era fiel al ideario político del Libertador: en el retrato aparece Bolívar con la espada apoyada sobre la Constitución. Más claro, el agua. Encontrar ese cuadro en la página Web oficial de la izquierdista Asociación de Medios Comunitarios, Libres y Alternativos de Venezuela, junto a los rostros de Marx, Lenin, Mao, Chávez y el Che Guevara es, cuando se conoce su historia, como para reír a mandíbula batiente.
Después de reír, temblemos. En el artículo primero de la Constitución venezolana –ese librito azul que Chávez reparte a manos llenas e inspira a cientos de miles de latinoamericanos que hasta ayer no más eran leninistas y hoy son bolivarianos– se lee que la República fundamenta su existencia «en la doctrina de Simón Bolívar». Así, por la cara. ¿Doctrina de Simón Bolívar? ¿Qué es eso? Para empezar, Bolívar fue un hombre de acción, no un teórico. Él nunca se interesó por conformar un cuerpo de doctrina; las ideas que dejó repartidas en cartas, discursos y otros documentos son, a menudo, contradictorias. Cuando un personaje histórico es tan vasto y tan complejo que empieza formando un ejército popular (el primero de América Latina) y termina proclamando el estado autoritario, es obvio que su doctrina puede ser, literalmente y según quien la interprete, cualquier cosa.
Y precisamente eso, cualquier cosa, parece ser lo que más entusiasma a las masas nacionalistas dispuestas a adjudicar a la palabra bolivariano los contenidos que mejor les cuadre. Cualquier cosa incluye, por ejemplo, la frase siguiente, tomada del discurso pronunciado por Bolívar ante el Congreso Constituyente de Bolivia en 1826 y que seguramente entusiasma a Chávez (no más hay que verlo para darse cuenta): «Un Presidente vitalicio con derecho para elegir el sucesor es la inspiración más sublime en el orden republicano». Lo dice el superhéroe del nacionalismo de izquierdas (como quiera que semejante aberración se entienda) que en distintos países de América Latina, Ecuador incluido, sueña con tomarse el cielo por asalto. Como en el cuadro de Salas: sobre la Constitución, la espada. Lo último que faltaba tras la caída del muro de Berlín era que la figura del déspota ilustrado sustituyera al sueño de la dictadura del proletariado. Parecía imposible pero está ocurriendo. Mientras el candidato a déspota vista uniforme, lleve insignias de coronel y se llene la boca con charlatanería bolivariana, la izquierda continental parece dispuesta a lo que sea, hasta vender su alma al diablo y sacar butaca en la primera fila para asistir al bombardeo.
Las implicaciones culturales de este fenómeno político son enormes. El hecho de que nadie, desde las competencias de la intelectualidad y la academia, se haya detenido a reflexionar sobre el tema, es bastante revelador sobre la situación de crisis en que se encuentra el pensamiento social en el país. Asistimos enmudecidos al nacimiento de un híbrido ideológico fundado en un proyecto cultural de refundación nacionalista y con claras y peligrosas tendencias autoritarias. Tal y como lo entienden Chávez y sus seguidores en América Latina, el bolivarianismo es, como proyecto cultural, radicalmente antidemocrático. Apunta a la reconstrucción de una identidad nacional fundada en conceptos tan equívocos como aquél de «la doctrina de Simón Bolívar». Lo dicho: cualquier cosa.
Que la polivalente figura de Bolívar se preste para la manipulación política no es una novedad: ocurre desde el siglo XIX. Lo novedoso es que esa manipulación se dé ahora desde una izquierda tan despistada que no alcanza a distinguir lo reaccionaria que puede llegar a ser.