Historias de fantasmas y robos se cuentan en dos cementerios de Quito

RECORRIDO. Quito Post Mortem realiza recorridos nocturnos en el cementerio de El Tejar y cuenta sus historias y leyendas. (Foto tomada de Quito Post Mortem)
RECORRIDO. Quito Post Mortem realiza recorridos nocturnos en el cementerio de El Tejar y cuenta sus historias y leyendas. (Foto tomada de Quito Post Mortem)

La caja ronca, ladrones de joyas, brujería y fantasmas son algunas de las historias que albergan dos cementerios tradicionales de la capital. No son leyendas, son historias que se vivieron en la realidad. 

El feriado por el Día de los Difuntos en Ecuador es la fecha en la que miles de ciudadanos aprovechan para visitar a sus seres queridos en los cementerios del país. Quito cuenta con 70 camposantos registrados.

Los cementerios no solo albergan a los difuntos, sino también a historias, leyendas y hasta anécdotas.

 Tristeza es el primer sentimiento que se le viene a la mente a Fausto Ruiz, uno de los tantos panteoneros que se pueden observar a las afueras del cementerio de San Diego.

 Pero él no es un panteonero cualquiera. Fausto lleva media vida trabajando en este camposanto, es decir, 24 años. Él no recuerda leyendas de este lugar, sino historias que dice haber “vivido en carne propia”.

 “La tristeza de los entierros y el dolor de los familiares que vienen acá, se ven reflejados en lo que nosotros escuchamos, a veces, por las noches”, comenta Fausto mientras deja de lado una pala y una carretilla llena de flores secas.

 La caja ronca es una de las anécdotas que este hombre de tez morena y baja estatura decide contar primero. Los detalles de sus historias llevan a, quien los escucha, a recrear el momento.

Fausto recuerda con claridad el día en el que una señora de la tercera edad salió “aterrorizada” de la primera etapa de adultos del cementerio, corría pidiendo ayuda. “Escuché como que alguien estaba roncando, venga a oír” fueron las palabras de la mujer. Fausto explica que aunque en ese momento él no pudo escuchar nada, ya eran varias personas que habían tenido la misma experiencia en el lugar.

Las bóvedas antiguas y las lápidas descuidadas hacen que el escenario sobre el que Fausto cuenta sus historias, sea más lúgubre. Él no podía olvidar la del señor que vendía periódicos hace 5 años y que siempre ingresaba al cementerio.

“Él siempre subía a visitar a su esposa que falleció y cada que veía la sombra con capa bajaba asustado a contarme. Decía que era una sombra negra que volaba más o menos a un metro de altura”.

 San Diego es un camposanto patrimonial que existe desde hace 153 años. Aquí, reposan los restos de varios personajes célebres como los expresidente José María Velasco Ibarra y Aurelio Mosquera Narváez, Luis Felipe Borja, político y literato ecuatoriano; y la famosa familia quiteña Gangotena, cuyos mausoleos son los más grandes y elegantes de todo el cementerio.

 El entablado del segundo piso de las oficinas, que están dentro del camposanto, son las piezas que delatan la presencia de otros seres cuando no hay nadie ahí. Ruiz cuenta que desde pequeño es testigo de ruidos extraños que salen desde ese lugar porque su papá también fue trabajador de San Diego.

 Fausto Ruiz solo habla con sentimiento sino con sinceridad. El cementerio de San Diego ha sido como su segunda casa y ha vivido tantas cosas allí dentro que le falta tiempo para contar todo. Por ejemplo, recuerda que uno de los entierros que más le impactó fue el de la cantante de música nacional Tania Paredes Aymara, quién falleció de manera súbita en un accidente de tránsito.

 “Eran ríos de gente los que vinieron a despedirse. Con flores, grabadoras, mariachis, cantos y lloros, la gente le gritaba que no se vaya” recuerda. También cuenta que cuando fue el entierro de Luz María Endara o ‘Mama Lucha’, los periodistas y fotógrafos capturaban el momento, escondidos desde partes altas del camposanto, para que los asistentes no les vieran ni tomen represalias en su contra.

El cementerio de El Tejar también es uno de los tradicionales de Quito y alberga historias reales. Existe desde inicios del siglo XIX y fue el primer camposanto de la capital.

Una familia de 4 integrantes es la encargada del cuidado y mantenimiento de este lugar. Ellos se niegan rotundamente a contar su experiencia en el cementerio, dicen que “no saben bien, que luego les hablan y que prefieren que el padre cuente lo que sea”.

 Olga Lema visita el camposanto hace 40 años. Tiene allí a 10 de sus familiares y conoce el lugar perfectamente porque, antes de la pandemia, visitaba a su padre cada 15 días. Ella cuenta con seguridad y certeza que lo que ha pasado en el cementerio es real.

“Mi mami se llevaba súper bien con el panteonero de aquí y él le contaba que en las noches venían a robarse las joyas de los muertitos, les abrían las cajas y les dejaban sin nada. Una noche, el señor trató de impedir uno de esos robos y no sabe porqué, pero dicen que empezó a botar espuma de la boca y murió”.

 Olga explica que esto no es una historia ni una leyenda, sino algo que realmente pasó, tiene la certeza porque dice que su madre fue testigo.

 También relata que otros panteoneros del lugar contaban que no les tenían miedo a los muertos sino a quienes iban por las noches a robar o a sacar los huesos de los ataúdes para estudiarlos, “creo que eran chicos de universidades que venían a hacer eso”.

 El Tejar tiene una particularidad. En ciertos corredores, las lápidas cuentan con una ‘alerta’: un papel blanco con rojo que dice “AVISO, Cementerio Católico de El Tejar, este cadáver en 30 días será exhumado por abandono familiar”. Esto quiere decir que, si los familiares dejan de pagar la cuota anual por el espacio del nicho, el cuerpo será retirado y el lugar quedará libre.

 Olga Lema narra que cuando eso pasa, los panteoneros sacan todas las pertenencias del cuerpo del ataúd y las colocan en los ‘escombros’, a vista de todo aquel que pase por ahí.

“Hemos visto las cajas, ropa y hasta cabello ahí amontonado de lo que sacan cuando van a exhumar a los muertitos. Antes de la pandemia todo eso sabía estar ahí acumulado”, dice Lema señalando a una esquina como si se tratara de algo cotidiano en el camposanto.

 Ella conoce todo y a todos. Incluso a los actuales ‘cuidadores’ que no quisieron dar su testimonio. Dice que a ellos no les gusta vivir en el lugar y que recién se cambiaron a otro porque en las noches iba gente a lanzar fetos o gallinas (producto de brujería), eso, además del ambiente pesado que solían sentir.

Aunque se tratan de historias, a veces poco creíbles, las voces que narran lo que ocurre dentro de los dos cementerios más tradicionales de Quito, son recurrentes en estos espacios por más de 20 años.

El cementerio de San Diego se prepara para recibir durante este feriado a alrededor de 300 personas por día.
En San Diego, por temas de bioseguridad, no estará habilitado el parqueadero y la entrada únicamente será por las puertas del antiguo cementerio.
Llevar comida a los difuntos ha sido una costumbre indígena que se ha practicado hace más de 500 años, sin embargo, ya no se realiza desde el inicio de la pandemia.