Ebullición popular

En el mundo se intensifican las protestas de los pueblos por diferentes y múltiples razones: pobreza, desempleo, inconformidad con el sistema y hartazgo-cansancio de tanta explotación cruel y despiadada. Es como si los movimientos sociales -siempre reprimidos con la violencia propia de los aparatos represivos del Estado- anunciaran algo nuevo, proveniente de la dialéctica del cambio, transformación y diferente desarrollo.

En América Latina, los pueblos y sus organizaciones se levantan y se movilizan en Colombia, Chile, Ecuador, Bolivia, Honduras, Guatemala, El Salvador, Haití, Perú, Brasil, Paraguay. Todos los países han sido sacudidos por protestas, generalmente desbaratadas por las “famosas fuerzas del orden”. Algunas manifestaciones han sido anunciadas y otras se formaron y crecieron sin planificación, pero todas expresan insatisfacciones económicas, sociales; unas cuantas son políticas, para repudiar a los gobiernos impopulares.

En ocasiones, las calles y plazas de las ciudades se han pintado con el rojo sangre de manifestantes heridos o muertos, o las cárceles se han llenado con hombres y mujeres de todas las edades que participaron en las protestas. En todas partes, los pueblos salen a las calles con algo que los une: desigualdades, injusticias sociales y hasta absurdos racismos, e inclusive, una constante que es la lucha contra la corrupción que empobrece y agobia a los pobres y enriquece a las élites políticas y económicas que la sustentan y que son sordas ante las demandas y exigencias de las organizaciones populares.

El descontento origina la ebullición popular, que es un derecho del pueblo. Pablo Milanés sostenía: “Una persona tiene derecho a protestar y el Estado debe protegerle la vida, sea cual fuere la naturaleza de la protesta”.