Sucesos de la vida real  

Jaime A. Guzmán R.

Un amigo me invito a una fiesta para celebrar su designación como alto funcionario de una unidad administrativa en una entidad pública de nuestro país.

Sucede que al acercarme a un grupo de amigos que se encontraban en dicha celebración, una de ellos- curiosamente- dijo:

– ¿No comprendo cómo consiguió dicho cargo? ¿A lo mejor pagó algún dinero?

Escuchando tan curiosos pronunciamientos, decidí trasladarme a otro grupo de conocidos e igual la generalidad de ellos- amigos íntimos del nominado- en tono burlesco manifestaban:

– La política es tan sucia que solo por el acomodo de grupo, le otorgan tan alto cargo a este tipo que no tiene ninguna versación en la materia.

La hipocresía era tal que al momento que la flamante autoridad se aproximaba a ellos, casi todos, con una maliciosa sonrisa, le decían:

-¡Felicitaciones! ¡Éxitos! ¡Tú te lo mereces eso y mucho más! ¡Estamos a tus órdenes para apoyar tu gestión!

Ya en casa, profundamente indignado, me formulé una interrogante: ¿Cómo evitar esta venenosa hipocresía y envidia?

Mi madre, toda una sabía (como todas las madres) me dijo alguna vez: “No hay- dejando de lado la envidia- momento más alegre que aquel que festejamos el éxito de nuestros semejantes”.

¡Claro! La envidia es un sentimiento muy nocivo. Es la imagen de la baja autoestima, los celos, la carencia de valores y la ausencia de identidad.

Para combatirla no hay mejor arma que castigar a los envidiosos haciéndoles el bien; y, ser conscientes de que si nos ponemos a trabajar en esa línea, nosotros también podemos alcanzar nuestras metas. (O)